miércoles, 13 de febrero de 2013

Lord


Cuando era niño, paseaba con mi padre muchas tardes.
El camino se terminaba y él me llevaba a un bar en el centro de la ciudad. 
En la barra, yo me sentaba, él se quedaba de pie. Pedía una cerveza o un whisky con sifón. Yo, siempre, una Coca-Cola.
Aún recuerdo la sensación al volver a casa, esperando que él encontrase la llave en el bolsillo, mientras yo miraba la alfombrilla, la puerta y el cerrojo, meándome vivo por efecto del refresco.
A mi madre no le gustó la costumbre de que un niño tomara tanta Coca-Cola, así que le dijo a mi padre que eso no podía suceder todos los días.
En el siguiente paseo, caminamos delante del bar, pero no entramos. Yo no podía entender qué había cambiado, y mi padre, al que llamaremos Lord Montez, insistía en volver a casa. 
Con una edad que se podía contar con los dedos, le dije:
- Oh, papá, todo el mundo tomando cerveza y tú, ahí, como un bobo.
Supongo que esa anécdota me cuenta más a mí que a mi padre, pero éste siempre la rememora entre risas, como si definiese el verdadero principio de nuestra relación a lo largo de los años.
Y si lo cuento a él, me cuento a mí, porque dicen las lenguas que, además de llamarnos igual, Lord Montez y yo nos parecemos en muchas cosas.
Cierto señor de nuestro pueblo se me acercó un día, me miró atentamente y dijo:
- Dios mío, ¡qué serio! Sólo te falta el bigote para ser igual que él.
Para dibujar hoy a Lord Montez, será imprescindible empezar por el bigote. El bigote que mesa cuando piensa, que se recorta cuando está demasiado anárquico, que se le ribetea de espuma cuando bebe cerveza, que nunca se ha afeitado en los años que lo conozco.
Lord Montez se detiene en plena calle, solo, alejado, mira a los edificios, los estudia, se mesa el bigote.


"Enzimología", escribe Lord Montez en la pizarra el primer día de clase. 
En alguna ocasión, trató de explicarme en qué consistía su especialidad, pero sus previsiblemente larguísimas explicaciones me obligarían a un "no seas pesado, papi" de entrada.
En cualquier caso, sé bien que el trabajo de Lord Montez tiene que ver con la bioquímica en la Universidad. Observa a través de microscopios, experimenta, abre dossieres, saca conclusiones, se mesa el bigote, llega al quid de la cuestión, lo explica en el aula, lo escribe en artículos, lo publica en revistas científicas, entra en reuniones formales e informales, saluda a otros señores con un apretón de manos y no tarda en volver a casa.
Se despierta antes del amanecer, siestea en su sofá a eso de los tres, con la boca abierta, dormidito ahí, como un bobo. 
Se levanta, hace crucigramas, lee, no para de leer. 
No sabes cómo lee ese hombre. Se lo lee todo. Los libros que no se lee nadie, los de los autores más difíciles. Lord Montez lee por mí, por ti y por todo el distrito.


Su imaginación desbocada es la respuesta a tanta lectura. 
Siempre que cuenta algo, lo hace noveladamente. Y, entre sus más locas teorías, se alínea la historia de que cierto vecino inglés era uno de los ladrones de las joyas de la Corona británica o que nuestra familia estaba lejanamente emparentada con Humphrey Bogart.


Mi padre se ríe mucho y hace cosquillas. 
Cuando era niño, dudó en cierta ocasión de que yo lo quisiese. Tenía la costumbre de acariciarme la cabeza, algo que nunca me ha gustado, y siempre le respondía mal. O él era demasiado pesado o yo demasiado idiota, o un poco de ambas cosas.
Supongo que hubo asuntos que nos distanciaron y, quizá, la personalidad apabullante de Lady Montez me hizo más sensible a ella que a él.
Pero Lord estuvo ahí, para mí, por mí, todos los días, todos los años.
Que no me gustase Victoria Abril de la misma manera que a él debió influir en la dificultad. 
Tuvo las pistas suficientes. En cierta ocasión, me dijo si quería acompañarlo al estadio de fútbol y le dije que no podía, porque esa tarde echaban "Candy Candy".
En un principio, trató de masculinizarme, me decía "ñiñiñi" si me veía con muñecas y celebraba si demostraba algún interés en el deporte. Pero jamás lo impuso, lo dejó estar con el tiempo.
Lo pensó y lo supo, lo entendió y lo asumió, pronto o tarde.
Yo tendría unos diecisiete años, se puso a hacerme cosquillas una tarde y me dijo:
- Ay, ¿qué voy a hacer con este niño? No le gustan ni el fútbol ni las mujeres.
Cuando revelé oficialmente mi homosexualidad años después, él ya lo tenía más que claro, lo aceptaba y hasta le hacía gracia. A veces, me pregunta si he encontrado novio.
Porque, ante todo, Lord Montez siempre ha sido fan de la verdad. Es lo que lo define. 
Odia a los fachas y a los puritanos y adora parodiar a las viejas hipócritas. Le repugna la religión y asegura que se libró definitivamente de la educación católica el día que se bañó en pelotas en una playa de Fuerteventura.
Cuando ve algo en la televisión que le indigna, muerde los labios, desorbita los ojos pardos y se quita la zapatilla como para tirarla contra la pantalla.
Se parte de risa cuando un crítico de cine escribe que un western es "sólido" o pedanterías similares.
Luego, sube el volumen de la radio si emiten una baladita, pone CDs de música clásica, ópera y jazz, y grita "Goooool" como un loco cuando triunfa la selección española, el Barça o la U.D. Las Palmas.
- Mira de lo que se alegra este pobre hombre - llegué a decir un día.


Mi padre también se conmueve, le pueden las injusticias y no hay tristeza que lo deje indiferente.
Cuando llora, desvía la mirada y se enjuga las lágrimas en su pañuelo de tela. 
Desvió la mirada cuando vio el final de "Qué Bello Es Vivir". Desvió la mirada cuando se murió Alfredo Kraus.


Como doncel sensible, se desespera con facilidad. Cuando hay que esperar y ponerse al cola, refunfuña y exagera. En los atascos, se caga hasta en Dios. Odia el ruido y, si duerme, cualquier sonido le hace hablar en sueños.
La mayor tragedia es cuando algo no funciona. Mi padre se pone nervioso cuando se rompe un electrodoméstico, maldice cuando el técnico llega tarde y se hunde cuando el aparato sigue sin funcionar.
Parece como si Lord Montez sea sensible a todo lo que ocurre a su alrededor, como si su bondad entrara en conflicto con un mundo defectuoso. 
Todo pasa por su corazón, su bigote, su quietud, su alma.


Lord Montez también es despistado y mira a todos los lados cuando busca a Lady Montez en la playa. Ella tiene que levantarse y agitar las manos para que la encuentre.
Él se cae o se tropieza, y ella le dice que tenga más cuidado. Lord manda a la mierda a Lady, pero siguen su camino juntos.
Lord toca la frente de Lady cuando ella tiene fiebre, no duerme si ella está disgustada y, al levantarse de la mesa, le dice:
- ¿Te traigo algo, mi niña?
En cierta ocasión, se quedaron en mi casa y los podía oír desde la habitación de al lado. 
No me lo podía creer. Esos dos malditos todavían hablan antes de dormir, aún tienen cosas que decirse y compartir, después de cuarenta años de casados.


Como ella, Lord Montez es un misterio para mí en muchas cosas. Me pregunto si ha soñado con otra vida alguna vez y me intriga qué es lo que apunta en su diario cada mañana. 
Pero es probable que las personas seamos nuestros actos, nuestros reflejos sobre los demás, nuestros trabajos de amor.
Así que supongo que mi padre es ese que siempre me ha recogido del suelo, el que me ha tranquilizado cuando me enfadaba, el que me ha escuchado como ninguna otra persona que haya conocido nunca.
Supongo que mi padre es el primer fan de mis escritos, el paciente perdonador de mis imbecilidades, el generoso mecenas de mis promesas.
El que me despertaba para ir al colegio, el que me enseñó a atarme los cordones de los zapatos, el que me introdujo a la palabra "cataplines" y el que me dijo todo lo que debía saber sobre el mundo, el bien y la decencia.
Supongo mi padre era ese que siesteaba en la mecedora cuando veíamos un sólido western y yo tocaba con el pie ligeramente en la silla para que se despertase, no se perdiese nada de la película y pudiéramos comentarla al acabar.
Supongo que mi padre fue aquel que me dijo:
- Yo te querré siempre, hijo, seas así o asá.
Y yo me he reído mucho con Lord Montez. Nos hemos reído el uno del otro, el uno con el otro. Nos hemos reído tanto que, quien todavía sostenga que somos chicos serios, no nos conoce en absoluto.
Así que, ante todo lo dicho y ante lo muchísimo que queda en el tintero, hoy es un día perfecto para agradecerle a mi padre por las risas, por todas las Coca-Colas que me ha invitado y por la maravillosa vida que me ha dado.


Oh, papá, ¿cómo es posible? Tantos hombres cambiando de mujer, puteando a sus hijos, portándose como cabrones. 
Y tú, ahí, como un bobo.

5 comentarios:

  1. Sólo se que debo comentar esta entrada aunque no se muy bien que decir, me enterneció hasta las lágrimas, es una de las mejores que he tenido la dicha de leer, con esta ciertamente dejaste el listón muy alto.
    Gracias, siempre es un placer leerte, hoy lo fue más que nunca.

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  2. Me has hecho llorar. Y no es porque hoy esté especialmente sensible (que lo estoy), sino porque es lo más bonito que he leido en mucho tiempo. Cada dia eres más grande Montez.
    Gracias

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  3. Muchísimas gracias, guapos. El aludido también se ha emocionado.

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  4. Qué preciosidad. Esta entrada y la de Lady Montez están en el top ten, pero muy muy arriba. Ojalá todos supiéramos expresar tan bien lo que sentimos por nuestros progenitores. Es usted un orgullo para sus padres y ellos el suyo. Un besazo. (Enjugo una lagrimita).

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  5. WOW. Me has recordado partes de mi infancia y todavía también alucino con la relación de mis padres.. Con una mirada de ellos ciertos pesos se alivian.
    Me encantó leerT.
    Salu2

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