lunes, 18 de febrero de 2013

Pestiños Por Premios


Hoy y ayer, lo que ha hecho simpáticos y digeribles a los Oscars son los actores.
Hay algo deslumbrante en ver a las estrellas con una estatuilla dorada y soltando esos discursos; como hemos dicho muchas veces, son sus interpretaciones definitivas. 
Se pasean, sonríen, saludan, triunfan, con una casi imperceptible sensación de automatismo, la misma que sólo puede asegurar la cohorte de estilistas, asesores y consejeros que tienen detrás.
Este próximo domingo, no fallarán y volveremos a verlos.

Anne Hathaway en "Los Miserables"

Pero los Oscars son una hez para el cine, una mala influencia que se ha vuelto gangrena.
Desde el primero de sus días, sus confusiones y equivocaciones han sido muchas. Entre ellas, que una buena intención equivale a una gran película. 
Pese a lo dudoso de la mayoría de sus decisiones, su consagración como premios claves de la industria fue imparable y jamás ha cesado. Todos quieren un Oscar, incluso los que manifiestan su desprecio hacia ellos.
Lo trágico es que, en la carrera hacia los premios, los cineastas se pierden a sí mismos.
Pongamos el caso de Steven Spielberg, quizá el más preclaro director que ha vivido acomplejado por la falta de simpatía que muchos de sus títulos han despertado entre los académicos.
Ni "En Busca del Arca Perdida" ni "E. T., El Extraterrestre" tuvieron nada que hacer frente a "Carros de Fuego" y "Gandhi". 
Spielberg no pareció darse cuenta que sus dos películas, aunque no oscarizadas, eran el doble de importantes, decisivas y maravillosas que las premiadas, que hoy son recordadas única y precisamente por haber ganado el Oscar. 

"Carros de Fuego"

La humillación que sintió frente al devastador ninguneo hacia "El Color Púrpura" potenció la obsesión de Spielberg por llevarse el premio, como si no bastase ser el director más taquillero de la Historia y el gran cazador de la imaginación más básica del público, con una carrera tan exuberante como emocionalmente generosa.
Así que tomó el espíritu judío de "Carros de Fuego", lo sumó a la biografía del gran hombre vista en "Gandhi", lo llenó de intenciones, sumó la duración y se puso serio, muy serio. Así, su larguísima biografía del gran hombre rescatador de judíos le aseguraría finalmente el premio.
Los Oscars que ha ganado Spielberg son cosa de "La Lista de Schindler" y "Salvar al Soldado Ryan", llenas de virtudes, dirigidas de manera impecable y más tristes que el funeral de un niño.
Y, al final, quedaba la sensación de que Steven era mucho más convincente cuando nos contaba que había extraterrestres en el jardín antes que abordando verdades históricas. Él mismo lo ha considerado un problema durante su trayectoria cuando se trataba de su gran virtud.
Hacer llorar es fácil, marcar a toda una generación con un marciano feo, no.

Tom Hanks en "Salvar Al Soldado Ryan"

Ahora, Steven, más desorientado que nunca, desea un tercer premio y propone "Lincoln". 
Es su primer coñazo de principio a fin, donde ni siquiera se muestra entrañablemente pueril en sus conclusiones, ni saca a relucir ese apabullante cinematic flair que siempre ha poseído. 

"Lincoln"

"Lincoln" es un plato de gachas de dos horas y mil de duración, donde una escena contesta a la otra, donde el mensaje está claro desde el primer minuto y donde, como novedad, no satisface a su audiencia, sino la aburre de muerte. 
Pero el Oscar, o el prestigio de los señores graves y viejos, lo conduce a hacer películas graves - esta "Lincoln" - o viejas - "War Horse".
No es el único director protagonista de ese declive, y quizá más desazonador es el deshielo de Martin Scorsese. 
Es demencial que el señor Scorsese haya tenido más oportunidad de alzarse con la estatuilla con "El Aviador" o "Hugo" que con "Toro Salvaje" o "Goodfellas"; estás últimas sucumbieron en su momento ante "Gente Corriente" y "Bailando con Lobos". 

Martin Scorsese, en el set de "Hugo"

Su único Oscar, por la floja "The Departed", podría demostrar una verdad de fondo: en realidad, te lo darán el día que te toque. 
Si la noche está despejada, si lo último de Clint Eastwood no arrasa en los corazones, si la decisión es aburrida o, últimamente, si no hay alguna película que piropea el legado de Hollywood. 
El año pasado, vencía el piropo que lanzó "The Artist", y en la ceremonia del domingo, tiene muchas posibilidades de que gane el piropo de "Argo", un título tan gris como la cara de su director y estrella, pero trufado de intenciones, que, en los Oscars, es lo que cuenta.

Ben Affleck en "Argo"

La hegemonía de las buenas intenciones en lo oscarizable explica porqué, en la categoría de mejor dirección, sí Zeitlin y no Bigelow, porqué sí Spielberg y no Tarantino. 
Kathryn y Quentin han hecho películas que no traicionan su estilo, sino lo potencian. En cambio, Zeitlin y Spielberg han perpetrado dos producciones benignas, con todas las cartas sobre la mesa.
Y el cine nunca vivió de benignidad, sino de astucia, visión y compromiso con el arte. Es, por eso, que los Oscars se confirman, una vez más, como un atentado contra la personalidad de los cineastas.
Además, nominar a nueve o diez películas al año ha terminado por enterrarlos en su voluntad de premios para la eternidad. Según ellos, "The Blind Side" estaría enciclopédicamente en la misma categoría que "Las Zapatillas Rojas" o "Sunset Blvd.". 
Subir el ratio no ha servido sino para montar más mierda al carro, cumplir con sus cuotas anuales y ofrecer todas esas películas condenadas a la amnesia ajena. En esto último, George Clooney es todo un rey. ¿Quién se acuerda de "Michael Clayton" o "Up In The Air"? Ambas estuvieron nominadas a la mejor película y sólo sirvió para venderlas entonces y olvidarlas después.
Y, si las intenciones son decisivas en las oscarizables, el toque overblown es el remate. La culpa hipótetica la tendría el productor David O. Selznick, que entendió que producción larga y grande equivalía a importancia y prestigio. La jugada le salió con "Lo Que el Viento se Llevó" y "Rebeca", pero nunca más.
Un ejemplo perfecto es "Desde Que Te Fuiste", nominada como mejor película en 1944; una historia sencilla, de mujeres esperando por el regreso de sus hombres desde la guerra, recibía un tratamiento grandilocuente, hinchado, impropio y lleno de momentos apoteósicos.
Todo en un coñazo de tres horas de duración.

Robert Walker y Jennifer Jones en "Desde Que Te Fuiste"

Aunque esa fórmula no funcione siempre, sigue siendo la brújula. Si la película es un mazacote monumental, los Oscars la tendrán en necesaria consideración.
El propio Martin Scorsese se sumergía en la ambiciosa "Gangs Of New York", prototipo de película hinchada en duración y expectativas. 
Las intenciones de un Scorsese loco y powelliano aparecían empequeñecidas y perdidas, porque se notaba a un Martin reprimido por la postrera necesidad de ganar un Oscar. 
Irónicamente, cohibirse le llevó a fallar estrepitosamente, y fallar a no conseguir el premio.

Leonardo DiCaprio en "Gangs Of New York"

Tenía a Miramax detrás, ese imperio del cine falsamente independiente y otro vendido a los laureles de la Academia.
El "Pulp Fiction" de Miramax perdió frente a "Forrest Gump"; la revancha pasó por hacerse agradable y nada gamberro. 
Así, Miramax asaltaba oficialmente el fortín y daba golpe de Estado, cuando "Shakespeare In Love" derrotó a "Salvar al Soldado Ryan".
Ahora, todos los años, Harvey Weinstein y los suyos se pasean amenazantes con sus producciones y siempre rascan premio. 
En esta edición, su apuesta es la sobrenominada "Silver Linings Playbook", otra película que se las da de loca y se pone pronto el sedante de la comedia romántica. 
Curioso que esa treta, diseñada para complacer a la audiencia, la haya indignado mayormente, que no se ha comprado ese final fraudulento.

Bradley Cooper y Jennifer Lawrence en "Silver Linings Playbook"

Este despliegue de efectos para convencer a la Academia es intenso, notorio y flagrante y, como apuntamos, impreciso, porque, al final, se premiará lo que deje la marea.
Hay tendencias, pero nunca certezas. Y tampoco se puede resumir exactamente el estilo Oscars, ni sus tendencias políticas e ideológicas. Viven para complacer, hasta cuando son injustos.
Podríamos sostener la teoría que los Oscars demostraron de qué lado estaban el año de la "caza de brujas" cuando premiaron a los conservadores Cecil B. DeMille, John Ford y Gary Cooper en la misma noche. 
Pero, en esa edición, también le dieron galardón al guionista blacklisted Carl Foreman.

Cecil B. DeMille

Más recientemente, cerraban la boca con figurada mordaza a todos los premiados en 2003 para que callasen sobre la guerra de Irak, pero no terminarían la ceremonia sin galardonar a Michael Moore, de quien sabían perfectamente que la iba a armar en el escenario.

Michael Moore

Los Oscars han distinguido a Ron Howard por encima de David Lynch y Robert Altman y, durante toda su Historia, han dado pábulo a memeces conservacionistas, anticuadas o coyunturales para, de repente, dar premios gordos a películas tan incómodas como "American Beauty" o dar en la diana con "El Padrino" y "El Padrino II".
Los Corleone han sido, quizá, la única vez que la Academia ha acertado de lleno en su consideración de lo qué es la mejor película del año.


Como dijo y repitió Woody Allen, los Oscars no son serios. Y, por tanto, no deberían ser más que la medida de sí mismos. 
Así que, cineastas de verdad, quitadlos de vuestra agenda y haced vuestro trabajo: buenas películas. Películas vuestras, propias, no de otros. 

3 comentarios:

  1. Que sí, que la mayoría de las películas nominadas este año (y los últimos) son un fiasco, pero yo creo que el error es precisamente darles más importancia de la que en realidad tienen,considerándolos unos premios cinematográficos cuando son en realidad una bonita celebración del oropel y el colorín. Si alguien busca premios con criterio artístico que esté atento a, qué se yo, Cannes, pero los Óscar son un fetiche más que algo que tenga valor real, y sólo los que no saben mucho de cine o de cómo las cosas se lo siguen dando (o sea, todo el mundo).

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  2. Perdóneme usted, pero yo lo que lamento y he querido decir es que los directores de cine cambien el estilo y vendan el alma por un premio, sea serio o colorín.

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  3. Allá los que lo hacen; también es verdad que sólo algunos se arrastran visiblemente, hay a quiénes los Óscars se la sudan, simplemente porque juegan en otra liga.

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