martes, 21 de mayo de 2013

Deborah y Simpatía


Fue una impecable con un destello de calidez, una señora con un brillo de golfa, una tímida con la media sonrisa de la diversión.
Y una inspirada, una absoluta inspirada. 
Recuperar a Deborah Kerr es encontrarse con una actriz que se zambullía en sus papeles sin miedo, con fe. Su tenacidad y su ridículamente enorme talento se dijeron las estrategas de sus incontables éxitos personales.
Hollywood la demandó por bella y fina, y, bajo su batuta, la convertiría en placer predilecto para los cinéfilos y el público. 


Deshaciendo las etiquetas a cada película, a cada desafío, Deborah insistió en demostrar lo extraordinaria que era, debajo de esa fachada de té, simpatía y dicción, y se permitió transformarse en todas las mujeres, en todos los posibles personajes, vistieran de estrictos hábitos en pleno Himalaya o de ardiente bañador en las playas de Hawaii.
La Kerr tuvo tanta suerte como buen gusto y hoy se la puede conocer, revivir, sentir de nuevo, en películas imperecederas, como ella. 


Su nombre verdadero era Deborah Jane Trimmer y los primeros años la decían bailarina en Glasgow, a cuyas tablas se subió a finales de los años treinta. 
Romper la timidez, lanzarse al mundo, ese había sido el primer paso.
La decisiva pirueta la llevó a la interpretación y a cambiarse el apellido. Ahora era Deborah Kerr y, casi desde el principio, el camino a la gloria estaba trazado.
Michael Powell se enamoró de ella y mantuvieron un romance, mientras el maestro del cine inglés se permitía inmortalizarla.
Fue Powell quien la presentó al mundo y quien tuvo que dejarla ir en pos de la llamada de Hollywood. 
Antes, hubo tiempo para rendirse a su belleza, por primera vez retratada en colores, en "Coronel Blimp" y "Narciso Negro".

"Coronel Blimp"

Para "Coronel Blimp", hacía tres papeles; el ideal femenino que los protagonistas se reencontrarán a lo largo de su vida, dentro una película tan extraña como todo lo que perpetraban Powell y su aliado Emeric Pressburger.
Los Arqueros también fueron responsables de embarcar a Deborah Kerr como protagonista absoluta de la folly "Narciso Negro", espectacular melodrama, donde unas monjas se vuelven locas en piadosa misión por el Himalaya.
El rostro de Deborah Kerr, brillando entre el hábito y la luz de Jack Cardiff, llegó hasta ojos de los estudios, al otro lado del Atlántico. 

Como la Hermana Clodagh en "Narciso Negro"

Cuando Deborah llegó a Hollywood, aseguró que su apellido se pronunciaba "Carr", no "Care". 
Louis B. Mayer le encontró la sonoridad y lanzó oportuno eslogan: Kerr rhymes with star!.
La búsqueda de finura europea y señorita de postín motivó el mimo ofrecido a Deborah Kerr, pronto cara socorrida en los dramas de época y las aventuras de otros tiempos.
El público decidió amarla en "Las Minas del Rey Salomón" y, sobre todo, en "Quo Vadis?", donde era la cristiana Lygia, presta a convertirse en una mártir en el Coliseo. 

Con Robert Taylor en "Quo Vadis?"

Los espectadores no sólo se enamoraron de Deborah, sino verla atada, floreada y cerca de un león con devoradoras intenciones, se sintió como un inmediato mito del erotismo.
Aún tenía más braguetas que disparar la indómita Kerr, y allí apareció, inusual, inesperada, en el drama de pasiones "De Aquí a La Eternidad". 
Todo el reparto fue ampliamente ovacionado, y Deborah, como la amargada adúltera Karen Holmes, no sería ajena a ese aplauso. 
Su imagen de chica buena y delicada, impresa sobre su figura en su primeros años en la Meca del Cine, encontraba ahora un salto al precipicio. 
En aquellos tiempos, no todas las actrices de Hollywood se prestaban a interpretar a infieles en bañador, que se morrean con Burt Lancaster al golpe de las olas.

Con Burt Lancaster en "De Aquí A La Eternidad"

Deborah encontraría irónico que la tomaran en serio como intérprete justo cuando apareció ligera de ropa. Y así fue. 
Concedida de un suculento bufé de papeles bombón, Deborah fue la niña de mamá de "Mesas Separadas", la aburrida esposa que le hace un favor al sensible universitario de "Té y Simpatía", la institutriz que cuenta Occidente y baila con Yul Brynner en "El Rey y Yo" y la romántica empedernida que corre a por Cary Grant en lo alto del Empire State Building en la llorera de "An Affair To Remember".

Con Cary Grant en "An Affair To Remember"

Fuera la más selecta profesora de inglés o la más aguerrida ganadera australiana, la más reprimida o la más lúbrica, sus ojos se abrían con la potencia de las emociones, sin afectación, en el punto justo. Muchas escuelas de Interpretación deberían poner a Deborah Kerr como paradigma.
Sobre todo, su tour-de-force en "The Innocents".
En el inolvidable drama gótico de Jack Clayton, Deborah ofrece lo que servidor considera una de las mejores interpretaciones de la Historia del Cine, dentro de un equilibrio entre el desgarro y la calma, cuyo alquímico misterio es mayor misterio que todos los que cuenta la película.

"The Innocents"

El final de los sesenta espantó a Deborah, que, asustada por el creciente grado de sexo y violencia en el cine, se fue sin ninguna intención de regresar.
No quería desnudarse, aseguraba la gran tímida, y así puso su propio punto y final a su carrera, sólo matizado por anecdóticas reapariciones.


Aunque era reservada y todo nobleza como figura pública, sus compañeros de reparto escribieron que era una ligona de cuidado, y muchos actores afirman haber tenido algo más que simpatía con Deborah Kerr. Ella, preguntada, puso su característica media sonrisa y prefirió no contestar.
Además de los corazones rotos - los que durmieron a su lado y todos los espectadores que soñaron con ella-, Deborah se casó en dos ocasiones.
Su primer marido, el aviador militar Anthony Bartley, la envidiaba a muerte y fue un matrimonio problemático, que les trajo dos hijos, incontables peleas y desazón.
En 1960, desposaba con el escritor y guionista Peter Viertel, a quien permanecería unida durante toda su vida, y con quien se retiraría a Europa.
Uno de sus destinos de reclusión fue Marbella, donde, en cierta ocasión, Peter y Deborah recibieron a un grupo de señores cinéfilos de este país para contarles cosas sobre Michael Powell, Hollywood y las películas donde habían participado.

Con Peter Viertel

La definitiva standing ovation que recibió Deborah no era sólo merecida, sino que llegaba tarde. 
Los Oscars la habían nominado seis veces a lo largo de su época de gloria, pero nunca lo ganó.
En 1994, la Academia la llamaba "impecable, graciosa, bella, perfecta, disciplinada, elegante", y ella, vestida de azul y con el oro honorífico en las manos, lívida ante un aplauso que no esperaba, diría:
- Nunca he estado más aterrorizada en toda mi vida.


Tras tanto bailar, interpretar y seducir, Deborah Kerr todavía seguía siendo aquella niña tímida de Glasgow. 
Conservó aliento para honrar en su discurso la vida maravillosa que sus compañeros de profesión habían compartido con ella, y nunca volvió a aparecer en público.
Retirados en su villa inglesa, Deborah y su marido Peter se encontraron con 2007. Ella había agotado el Parkinson, él contaba los días del cáncer. Murieron con tres semanas de diferencia.
Deborah tenía 87 años y se sospecha que su apellido todavía rimaba con estrella.


Ha muerto la gran dúctil, rezaban las esquelas, mientras rememorabámos a Deborah como un insuperable ideal femenino. 
Esa mujer con la que emprender las mejores aventuras, esa mujer a la que mirar al levantar la vista del libro, esa mujer con la que despertar a la vida, esa mujer con la que envejecer.


Deborah Kerr siempre viajó en primera clase, directa a los corazones de todos los amantes del cine.

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