martes, 2 de septiembre de 2014

Un Día En La Violación


La última semana fui oportuno sin quererlo cuando vi "Impacto Súbito", la cuarta entrega de "Harry, el Sucio". En ella, una mujer se venga de un suceso del pasado, acontecido en una feria. El suceso y la palabra, eran, por supuesto, violación.
Como muchas películas de Hollywood, la violación era contada e ilustrada con un tono grotesco, alocado, donde las imágenes se disparan, una tras otra. 
Se supone que ese tipo de escenas nacen con la noble intención de enseñar al público que la violación es una cosa horrible y maléfica, ese atentado preclaro contra la civilización. 
Producen también otro efecto, el mismo que provoca cualquier escena de agresividad en el cine: el morbo. Y se quiere los detalles, incluso si lo visto revuelve el estómago. 


Este verano las noticias se han llenado de un suceso parecido a lo que cuenta "Impacto Súbito", acontecido también en una feria, donde una chica se acercó a la policía a primera hora de la madrugada, relatando que había sido violada por cinco elementos durante la noche. 
Cayó en contradicciones, las pruebas destruyeron su versión y los testigos aseguraron que hubo voluntad y consentimiento. La jueza archivó la denuncia; los acusados salieron libres. 
Grupos feministas arremetieron contra la decisión, mientras los rancios bastiones del machismo patrio encontraron un festín para decir aquello de que muchas violaciones son paranoias femeninas.
¿Qué es la violación? ¿Es eso que vemos en las películas? ¿Es Jodie Foster contra el pinball, dale que dale, y la cámara cenital mostrando su cara de pavor? ¿Es ancestral?
Como dijo ella cuando le dieron el Oscar: es muy cultural, pero no quiere decir que sea aceptable.


¿Dónde está la violación? 
Decía un artículo muy mal escrito que, si una mujer dice que ha sido violada es que ha sido violada. La intención era buena, el fraserío, imposible. Lo correcto sería decir que "si una mujer siente que ha sido violada es que ha sido violada". 
Pero, ¿dónde está la violación?, se pregunta el tonto.
La violación es un acontecimiento trágico para las civilizaciones y sólo llega la paz de verdad cuando terminan las violaciones en masa, arma de guerra donde las haya. 
Las violaciones destruyen a la violada y a su entorno, de manera irreversible. La violación no es una cuestión sexual. Es una muestra de ira y, de manera más significativa, un ejercicio de poder. El violador no sólo piensa que puede hacerlo, sino que puede salir impune. Por eso, muchos son incapaces de aceptar la culpa, dado que su discurrir obedece al más puro pensamiento criminal.
La violación se confunde con el sexo duro. Muchos dicen que mujeres heterosexuales y hombres homosexuales fantaseamos con la violación: un hombre te agarra por sorpresa y te folla bien fuerte. La cuestión es que eso es una fantasía. La escribimos nosotros, la dirigimos nosotros. 
La mente, como el cuerpo, es una cosa privada, donde el único consentimiento posible nace de nosotros mismos.


Lo que define la violación no es su escalada ni su dureza, sino la falta o anulación de ese consentimiento. Es decir, no, no y no. Te lo digo otra vez: no. Puedes decir que sí y cambiar de opinión. Puedes llevarte a cinco tíos a tu casa y cambiar de opinión. Puedes ser prostituta y decir que no. Si alguien rompe ese no, hete ahí la violación.
La violación no tiene porqué ser violenta ni espectacular ni estar condimentada con puñetazos ni siquiera destruir físicamente. La mayoría de las violaciones son silenciosas y, en ellas, vive la coerción y respira la resignación. "Si no te dejas, no te llevo a casa".
Para una persona cabal y educada, la violación es incomprensible. Porque si la otra persona no quiere, el disfrute sólo puede entenderse en un término tan egoísta que es un auténtico fracaso de la civilización. Y, si al violador no le importa ni para convertirla en un saco de boxeo y un receptáculo de semen, queda claro que alguien se perdió la clase de "Piedad y sus principios básicos". 
Las mujeres han sido violadas desde el principio de los tiempos y es ridículo el número de las que verdaderamente han sido escuchadas. La sociedad considera la violación tal problema que se apresura a disminuirlo. Qué vida llevaba esa mujer, será tonta, para qué se metió allí, por qué iba vestida así. 
Nadie quiere creer que sus hijos son violadores y restará drama, pero, si una de sus hijas es violada, clamará venganza y sumará tragedia. Así, los violadores han sido relativizados, mientras las violadas se sumían en la tristeza de la cortina echada.


Muchas violaciones no son denunciadas, porque la violada vive el proceso como una segunda violación, incluso si es creída.  Otras ni siquiera son percibidas o asimiladas como tales por la propia víctima.
El problema principal es la dificultad de probar una violación. Si ha nacido de un primer consentimiento, si no ha sido violenta, si el culpable es su marido, su novio, su prometido, hay mucho que perder. Y, al ojo del buen testigo, es el crimen que está más sujeto a la engañosa percepción. 
¿Se lo está pasando bien, está resignada o, desde que deje yo de mirar, va a empezar la violencia, la incomodidad, el "no me hagas eso"? 
Es lo que sufre de entrada la presunta violación de Málaga, que ha sido archivada en función de un vídeo y unos testigos. 
La versión de la presunta víctima no se sostiene. ¿Miente? ¿Dice la verdad?, se preguntaba el verano, mientras todos moríamos de morbo por ver el vídeo, grabado con un móvil por los chavalotes para ilustrar la proeza, qué menos.
Yo no he sabido qué creer y he vivido en la inevitable duda. Si una mujer se va con cinco chicos de extracción, digamos, desfavorecida en una feria, pasa con ellos toda la noche muy felizmente, permite que la graben y la fotografíen y, luego, amanece en plena mañana y denuncia a la policía que la han violado sólo hay una posible explicación: está completamente loca.
Esa posible explicación no me vale, aunque, a estas alturas, qué importa lo que yo crea o deje de creer. La respuesta es un triste "no lo sé".


Durante muchos años, se han enumerado recomendaciones a las mujeres sobre cómo evitar las violaciones. 
El otro día, leí un artículo que aseguraba que vivimos en una "cultura de la violación". Aunque no se produzca, se vive su tensión. Cuando camino detrás de una mujer, puedo sentir su incomodidad y siempre me apresuro a adelantarla, para que vea que no la persigo, que no la estoy mirando, que no deseo hacerle nada malo. 
Es el miedo a ser acosada de cualquier manera y basta con una mirada perversa, burlona, que busque reducirla. Es un toque de humillación. Para toque, bien que jode.
La prensa parece ignorar los distintos grados de intimidación a una mujer y su sexualidad y ahí ha hablado de la criminalísima filtración de imágenes robadas a Jennifer Lawrence y otras famosas, sin percatarse de que se ha producido una violación en toda regla. 
Les han robado fotos desnudas, las han ventilado, se han reído de ellas y el resto del mundo ha dicho: si eres famosa, mejor no te hagas fotos así.


Probablemente es lo que Jennifer deba hacer, porque vivimos en un mundo donde hay que protegerse y esa es la puta verdad. Aunque tengas ganas de hacerte una foto para enviársela a tu amado, un subnormal piensa que también tiene derecho a ese secreto.
Los machistas no van a cambiar mañana. Si enseñas las tetas en una fiesta beoda, te las van a tocar. Si te vas con un desconocido, si te vas con más de uno, si andas por el séquito de un famoso, si caes en el radar del hijo de un poderoso.
Deprímame esta jungla, enséñeme listeza.
A título personal, añadiré que lo más sorprendente de mis relaciones sexuales es que los ejercicios de machismo en la cama también se viven entre homosexuales. 
A más de uno le he dicho "eso no, tío" o "no te pases" y les da exactamente igual. No me considero que haya sido violado nunca, pero sí me he sentido muy incómodo en más de una ocasión y me ha entristecido descubrir a cuántos caballeretes les importan un pepino los sentimientos de los demás. La polla, señores, va primero en la jungla. 
Aprendí prudencia, sí, pero nunca he perdido lo esencial: no es culpa mía.


Bien sabe el feminismo que la solución no es la susodicha lista de recomendaciones para no ser violada. Y, como he dicho, no hace falta caminar por un callejón oscuro para ser víctima de una violación. 
Porque lo único infaltable para propiciar una violación es un hombre de educación dudosa tirando a inexistente.
Sentirán muchos que la violación es una cosa ancestral y animal y hasta puede que uno le encuentre el culto, por aquello de volver a ser cazador o alguna aberración sentimental del estilo, pero tal y como se producen las violaciones, éstan obedecen a la soberana represión sexual de muchos hombres, esos que se creen que la van a superar follándose a todo lo que se mueve, quiera o no quiera.
Es la represión sexual lo que circunda al caso de Málaga, el retrato grotesco de la violación en el cine y a nuestra reacción morbosa sobre los detalles gráficos de sucesos tales. Porque lo más deprimente, tanto si fue violación como si resultó folleteo consentido, es la pervivencia de la obsesión de todo el mundo por el mete-saca y sus más perversos derivados. 
Creía yo que la juventud miraba al sexo sin la morbosa obstrucción que proveían educaciones de corte victoriano y tiempos pre-porno en Internet. Y todavía se les va la cabeza a unos cuantos y a unas cuantas por el folleteo, ese que, en vez de disfrutar, atesorar y deleitar, prefieren condimentar con muestrarios de poder, escenarios de incomodidad, manifestaciones de nulísima autoestima y vídeos que cuenten a las generaciones venideras lo que hicimos con la guarra de la feria.
Asco me da. 


Repito: cuando es no, es no. Aunque empezara como un sí.
Di no, amiga mía, nunca dejes de decirlo. Dilo mil veces, aunque ya hayas perdido, no te quede escapatoria y no lo puedas demostrar después. Es tu derecho como ser humano. Decir que no, cambiar de opinión, exigir respeto.
Que se oiga, que lo sepas tú misma, que se enteren los dioses. Eso no, tío. NO.

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