lunes, 8 de abril de 2013

De Madregilda a Tropical Serbia


Las películas y las series se cuentan y fabrican con el sello de la anticipación. 
Las intenciones lo son todo en la creación audiovisual y se traducirán en éxitos, fracasos o decepciones.
Al final, el tiempo habla. Para ratificar obras maestras, para descubrir joyas incomprendidas, para derrocar mitos e incluso para sublimar bodrios y darles un valor irónico.
Pero, ¿qué pasa cuando las películas y las series adquieren un significado completamente impredecible?
Sucede cuando una reposición televisiva, un estreno tardío o un escándalo imprevisto convierte a obras del audiovisual en inesperados testimonios de épocas, de procesos históricos, de angustias generacionales.
En la historia de las pantallas, ha habido siempre un generoso espacio para la sorpresa.


Un ejemplo paradigmático podría encontrarse en lo sucedido en la posguerra española a propósito de "Gilda".
Una película hecha con unas intenciones acabó significando mucho más, al coincidir su estreno con una época terrible en un país desolado.
En esencia, "Gilda" se produjo como el vehículo definitivo para la hipersexualizada estrella de la Columbia, Rita Hayworth.
Como todo el cine negro de moda por aquellos años cuarenta, la fascinación por el Mal y lo morboso vertebran argumento e intereses. Los personajes son ambiguos, se odian para demostrarse amor y todo transcurre en un alucinado casino de perdición, que parece metaforizar inadvertidamente el fragor bélico que terminara justo antes de su lanzamiento en 1946.
En España, se estrenó años después, entre el escándalo y la condena directa de la Iglesia Católica, que terminó por prohibirla.
Sus dedos acusadores se dirigían a la famosa secuencia "Put The Blame On Mame", donde Rita hace un amago de strip-tease, quitándose el guante y recibiendo un bofetón apoteósico de Glenn Ford por atrevida.


La sensacionalista escena se haría una de los más genuinas batallas de la censura franquista.
Para el público desconsolado, aquello no sólo les contó la atroz represión sexual impuesta por el nacionalcatolicismo. "Gilda" también significó lo inalcanzable, lo perdido. 
Gilda era esa mujer negada a toda una generación, ese fruto prohibido que nunca morderían, colocado tras esa valla infranqueable de una posguerra que se vivía como una noche larguísima.
Quedó la leyenda, más grande que la propia película. Decía el mito que, más allá de los Pirineos, circulaba la presunta versión íntegra de "Gilda", donde Rita se desnudaba por completo. 
Como muchas películas escandalosas, redescubrirla tras el final del franquismo implicó un "no es para tanto".
Pero la huella de "Gilda" en la Historia de este país es indudable, y ha sido recogida en cuentos, películas y narraciones sobre los años cuarenta, donde la fervorosa pantalla iluminaba a chicos masturbándose en el cine, con la sola sospecha de que había más de lo que veían. Mientras, en el exterior, cundía el estraperlo, la ruina y la tristeza.


En otro tiempo, la visión de las películas y series no era tan inmediata como ahora. De hecho, la multipantalla simultánea nació anteayer.
De modo tradicional, las películas podían durar años en cartel, ser objeto de reposiciones o estrenarse a destiempo, tras saltar prohibiciones, derechos de explotación o simples caprichos de las distribuidoras.
Mientras, la televisión y sus reruns hacían clásicos a películas que no fueron grandes éxitos en sus estrenos, como "El Mago de Oz" o "Qué Bello es Vivir", expresando oleadas de neosentimentalismo y nostalgia por los tiempos perdidos en plenos años setenta.


La distribución descoordinada también permitía que grandes fracasos conocieran cierta vida en sitios remotos. 
Fue el caso de "El Fantasma del Paraíso", de Brian de Palma, clásico de culto que, en 1973, se topó con un señor descalabro. 
Sin embargo, fue un éxito en Winnipeg. Allí se mantuvo en cartel durante meses y todavía nadie sabe porqué. 
El "porqué en Winnipeg" es una de las grandes preguntas sin contestar dentro de la Historia del Cine.


La política de reposiciones y estrenos tardíos obedece a caprichos, protocolos de copyright o, simplemente, oportunidad.
Leí en cierta ocasión que "Falcon Crest" había sido más popular en Europa que "Dallas" por aquello de la cultura vitivinícola. 
La realidad es más sencilla: los derechos de emisión de "Falcon Crest" eran más baratos y accesibles que los de "Dallas".
La adquisición barata quizá pueda explicar otro fenómeno como fue el éxito descomunal, inesperado e incongruente de la telenovela "Cristal" en los años noventa de este país.
Vista en Venezuela a mediados de los ochenta, sería emitida por Televisión Española más de cinco años después de su fecha de producción.
De ser programada en La 2, se trasladó a la sobremesa de La Primera, donde se convirtió, de la noche a la mañana, en el espacio más visto, comentado y devorado del año. 


El pésimo valor de producción y el desfase total de estéticas y acentos quedaron muy por debajo de la astucia del culebrón, perpetrado por una de sus chefs, Delia Fiallo.
"Cristal" fue la enésima victoria de la cursilería en las sensibilidades básicas del espectador, y aquel año ocupó el mismo espacio en nuestras conversaciones que los cotilleos de nuestros amigos.
Los actores fueron llamados a este país como estrellas, algunos llegaron a presentar programas y la sobremesa de Televisión Española acogería durante décadas a los más variopintos culebrones hispanoamericanos, si bien ninguno llegó a igualar el huracán de "Cristal".
Dicen los expertos que se programan telenovelas durante la sobremesa, porque es el momento en que las amas de casa se sientan y descansan.
En cierta ocasión, oí una teoría aún más graciosa, que rezaba que además es la hora de la siesta, donde se acepta el surrealismo de buena gana.


Las reposiciones televisivas ponen en órbita a series que duraron pocas temporadas, compradas por canales ahorradores, emitidas a deshora y, de repente, sorprendentemente exitosas.
Un ejemplo perfecto, incluso conmovedor, es "Tropical Heat".
Se trataba de una producción canadiense, compuesta por tres temporadas, que fue rodada en distintos lugares del mundo y emitida originalmente entre 1990 y 1993. Como leí en cierto genial comentario, "Tropical Heat" era el "Doctor en Alaska" de los canadienses. 
Esta serie apuntaba a la moda thriller calentito de entonces, asumiendo la condición de subproducto y casando intriga policiaca con erotismo golfante. 
Estaba protagonizada por Rob Stewart, que interpretaba al coletudo Nick Slaughter, detective de pelo en pecho, mujeriego y valeroso, que resolvía crímenes entre cócteles y titis. La serie era mala en esencia, pero tenía vida, energía y muchísimo sentido del humor.
En Estados Unidos, fue emitida como "Sweating Bullets" en el late night, sin pena ni gloria.


"Tropical Heat" conocería inesperada vida en Europa, años después de ser finalizada y olvidada por sus responsables.
Pero en ningún sitio significó tanto como en Serbia.
Se vio y se repuso en la televisión serbia a mediados de los noventa.
El contraste de la serie con la guerra civil, el embargo de la ONU y las consecuencias de la política de Milosevic se dijo brutal. Y el país entero adoró "Tropical Heat", porque ilustraba todo lo que no sucedía en Serbia.
La juventud urbana llegó a asumir a Nick Slaughter como simpático modelo de conducta, casi como un desafío humoroso y vitalista a las políticas devastadoras del conflicto balcánico.
Se condimentó con el despliegue de bares, locales y merenderos, que se bautizaron como "Tropical Heat" y pretendían recrear la atmósfera idílica y relajada de la serie.
Nada menos que la necesidad del paraíso en pleno infierno.


Se cuenta que los responsables de "Tropical Heat" ignoraron la pegada de la serie en Serbia hasta 2009.
Por entonces, Rob Stewart, desempleado y aburrido en casa, encontró un grupo de fans serbios de la serie en Facebook.
Rob promovió un documental "Nick Slaughter For President", para indagar en el pequeño gran fenómeno nacional que supuso "Tropical Heat" en la Serbia de los noventa.
Al año siguiente, el actor aterrizó en Belgrado, entre gran atención mediática y honores de héroe nacional.


Una serie que cualquier crítico pudo calificar como basura se hizo la luz y la esperanza para un país arruinado por la guerra, que encontraba así una respuesta inesperada en la pantalla televisiva.
Sin que nadie pudiera predecirlo, ni sus creadores ni sus programadores ni el más avezado sociólogo.
Sencillamente fascinante.

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