martes, 16 de septiembre de 2014

Retorno Al Pasado


Janine Turner es uno de mis temas de conversación favoritos. Hablo de la actriz que interpretó a Maggie O'Connell en "Doctor en Alaska", la serie que todos veíamos a mitad de los noventa en las tardías noches de La 2. 
Janine ha participado en muchas cosas antes y después de "Doctor en Alaska", pero es el único papel de renombre, quizá por demasiado memorable, tal vez porque la suerte no siempre se repite. 
Además, en aquella época ser una actriz venida de Catodia era una maldición difícil de quitarse si se quería transitar a prados más ambiciosos.


Si recuerdas a O'Connell, era aquella mezcla de Katharine Hepburn, Amelia Earhart y la novia perfecta de los noventa. Icono de feminismo de andar por casa, que agarraba un avión con la misma destreza que ponía a caldo al doctor Fleischman, tensión sexual de por medio.
Ahora, el susto. ¿Has visto a Janine Turner recientemente? Bien podría ser la peor pesadilla del personaje que le dio fama.
La cirugía ha sido terrible y su urgencia por convertirse en una muñeca rubia, cada vez más basta, se ha compaginado con su proclama como una de las voces mediáticas del rancio republicanismo de su país.
Ahí se la ve, vestida de vaquera, radiando su programa de opinión, fichando por el Tea Party o haciéndose íntima de Sarah Palin. Por lo alaskeña, tendrán mucho de que hablar.


Bien sabe Janine que la gran mayoría de sus fans lo siguen siendo por el legado de la inmarchitable "Doctor en Alaska" y ella, enterada, se presentó hace relativamente poco en el lugar de rodaje original de la serie, donde permanecen los icónicos letreros. 
Allí se grabó Janine, para volver al pasado. Ese donde la televisión nos la contó como otra mujer distinta.


Te preguntarás, ¿a qué viene ahora hablar de esta acabada? 
Yo también he vuelto al pasado. El otro día nombraron a Chris Stevens en el Facebook y, ay, me entró la nostalgia. 
Me puse el piloto de "Doctor en Alaska" y me la estoy viendo entera. Los que la hayan disfrutado saben que es difícil resistirse. Esa serie es un lugar especial en la memoria y es cosa del corazón: la atmósfera y el tono que tienen son tan únicos como narcóticos. Es una serie con la que apetece envolverse. Dan ganas de vivir en ella.
He vuelto a Cicely, con el doctor neurótico, la secretaria india, la Miss Paso del Noroeste, Holling Vincoeur, el astronauta retirado, el mestizo cinéfilo, la decidida aviadora y, sobre todo, el cañonazo de macho que se las gasta de locutor de radio.


La serie conserva la frescura y la transgresión que la hicieron célebre, aunque es tan inconfundible desde la sintonía de apertura que devuelve inmediatamente al tiempo en que la emitieron, a la programación de la cadena donde la pasaron y al niño de ojos abiertos que la veía en aquella época.
De repente, el pasado. 
En los últimos días, veo un capítulo de "Doctor en Alaska" a la noche y después una película que se emitió en Cine Club, ya sea "La Calle del Delfín Verde" o "The Band Wagon". 
Agudo ataque de nostalgia el mío.


Cualquiera pudiera verme como el Doctor Fleischman que llega desde una gran ciudad a un sitio pequeño y pintoresco y se resiste a avanzar. Quiere aferrarse al ayer, a su identidad, a lo que solía ser. 
Esa necesidad de conservar, en función de recrear lo vivido, ocupa todo un episodio, donde el Doctor Fleischman se agobia porque ya no recuerda Nueva York y empieza a recolectar cosas emblemáticas de la metropólis. Finalmente el tiempo está doblegando sus recuerdos y éstos se disipan. La vida presente pide paso. 


Recuerdo ver ese episodio de adolescente y ya entonces me sentí identificado con ese momento Peter Pan.
Eso de pensar que el año anterior había sido especial por algún motivo y querer recrearlo, oliendo los mismos aromas, oyendo las mismas canciones, poniendo las mismas películas. Nunca daba resultado. Las épocas pedían personalidad propia y terminaban por imponerse.
Ahora, tantos años después, he intentado hacer lo mismo. Pero no me aferro a la gran ciudad, ni a los tiempos inmediatamente anteriores a mi partida hacia ella. He intentado volver mental e instrumentalmente a las noches de cuando era un niño crecido, aquejado de los dolores del crecer y el sopor de la pubertad, con pocas obligaciones, responsabilidades y una despreocupación total por el futuro. Un televisor encendido, un montón de películas por descubrir y "Doctor en Alaska", claro.
También he buscado por las estanterías los viejos libros de entonces - aquellas ediciones maravillosas de Anaya de los mejores clásicos - y me he puesto a leer "Secuestrado", de Robert Louis Stevenson, colocándola al pie de la cama como hacía tantas lunas ha.


¿Con qué sentimiento he querido conectar? Al busca del tiempo perdido, queridos. La inocencia, la pureza, la susodicha despreocupación, la posibilidad de empezar de cero. 
Quizá enmendar todos los años que he pasado lejos de casa, haciéndome mayor, en remotos barcos pirata. Ahora necesitaba cuna y el abrigo de las cosas que me rodeaban entonces, esas que dejé atrás, algunas sin finalizar. Nunca acabé de leer "Secuestrado" y jamás he visto completa la última temporada de "Doctor en Alaska".
Con "Secuestrado" sobre mi pecho, ayer me quedé dormido en una siesta tonta. Cuando desperté, parecía tener la sensación de que lo había conseguido. Ahora La Laguna, la ciudad donde nací, era el mismo lugar de donde nunca me había ido. 
Era todo mi mundo, era grande, lleno de avenidas y posibilidades. Los once años que había permanecido fuera eran un sueño neblinoso, una interrupción que sencillamente desaparecía en el duermevela.
Ya no había miedo ni arrepentimiento. Ahora era yo, ahora era el ayer.


Puse otro episodio de "Doctor en Alaska". Ahí salieron Ron y Erick, los gays de la serie. 
Para el juicio de ahora, es una imagen bastante normal, pero me sobrevino el profundo impacto que significó ver a esa pareja por primera vez. 
Recuerdo que quería apartar de la mirada del televisor y taparme los oídos de lo que el reaccionario Maurice opinaba sobre ellos. 
La mayoría de los episodios los había olvidado. Ese estaba ahí, en la recámara, listo para ser disparado. 


Seguía con los vestidos viejos, retozando en la nostalgia, y recordé un reportaje de la serie en una revista de cine de 1994 ó 1995. 
De hecho, ese reportaje fue la primera vez que vi nombrada "Doctor en Alaska" en algún lado. 
Así que, esta tarde, busqué entre archivadores que olían a década y amarillo. La revista era Fantastic Magazine, una especie de alternativa desenfadada a Fotogramas. 


Lo que más me gustaba de ambas y leía con especial fruición eran las críticas y avances de las películas que iban a emitir en Televisión Española, porque eran las que más posibilidades tenía de ver. Y, sí, ya por entonces me gustaban más los clásicos que los últimos estrenos. 
En la sección televisiva, también se anunciaban las series que debías ver, como "Urgencias", "Expediente X" y, por supuesto, "Doctor en Alaska".
Esta tarde encontré el reportaje en la vieja revista y las fotos estaban ahí, tal y como las recordaba. 
Pasando las páginas hacia atrás, me encuentro con un test que hacía la revista. Una encuesta para enviar por correo y así conocer el perfil, gustos y opiniones de los lectores. Yo no la envié, pero sí la rellené. En edad, estaba escrito: "13 años".
Las respuestas eran las de un niño intentando ocultar que lo es. En esa edad, es lo acostumbrado. Otras eran sinceras. Yo era así cuando respondía "libros y compact-discs" cuando el test me preguntaba qué iba a pedir por Reyes.
Pero entonces leí la respuesta más tremenda, el auténtico viaje al pasado. El cuestionario decía "¿Y qué deseo muy especial le vas a pedir al nuevo año?".
Y yo contestaba: "Una novia".


La segunda reacción fue reírme, porque, pasando las páginas de la revista, vi muchas fotos de caballeretes a las que dediqué más de una masturbación por aquellos tiempos.
Pero la primera e inmediata reacción fue sentir lo que sentía con trece años escribiendo esa respuesta. La traición del que no sabe que se está traicionando. El niño, ahí, de verdad. 
El pasado glorioso nunca lo fue. Ahí estaba, en una simple respuesta que te cuenta lo doloroso, lo oscuro y lo indefenso que era el ayer. 
No hay que subestimar el tiempo, no hay que rechazar las experiencias, no hay que desvivirse por lo que ya se vivió. 
Los seres humanos colocamos nuestros recuerdos en un museo, donde ponemos lo bonito y lo valioso, lo favorecedor y lo heroico en primer plano, dando sentido a nuestras existencias en función de un relato ordenado y coherente.
Dejamos atrás aquellas torpezas, aquellas contradicciones, aquellos pasos en falso y aquellas cosas que olvidamos. El museo de lo hermoso y el desván de lo mohoso. 
No renegaré de los veinte años que han pasado desde que compré esa revista y contesté ese cuestionario, bien lejos debe quedar esa época donde Ron y Erick eran una cosa extravagante, imposible, misteriosa.
Porque la vida ha sido la luz para mí y no le cambiaría ni una coma. 
Bien lo enseña Gatsby, no se puede repetir el pasado. Sólo brindar porque fue quien nos trajo hasta aquí.

1 comentario:

  1. Que precioso, me ha encantado ;_; Algún día tengo que volver a ver Doctor en Alaska (que yo tampoco vi el final).

    Y la revista, lo mejor. Que pasado, que historia!

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