martes, 9 de abril de 2013

Cosas de Sara


Acento chulapo, sensual tabaquismo y el rostro más ridículamente hermoso contaron a Sara Montiel, la infatigable navegante de nuestras pantallas.
Sara parecía inmortal y bien podía presumir de leyenda, la misma que se inventó para sí, entre la ambición personal, la importancia histórica y la exageración mitómana.
Ante todo, se la reconoce como la única criatura de este mundo con los atributos suficientes para estar en Cifesa, Hollywood, "Tómbola" y la MTV. 
Y siempre la misma, inconfundible, bellísima Sara Montiel.


La Montiel es la perfecta definición de divismo cinematográfico, ese que se impone sobre cualquier otra consideración. 
Podría entenderse desde la misma la devoción que suscitan mujeres como Joan Crawford o Maria Montez, ¿en serio vas a preguntar si era realmente talentosa?
La leyenda se escribió cuando volvió a España en 1957. Fue entonces cuando su imagen se trocó en furor, y no quedó otra opción que considerarla orgullo de raza y patrimonio nacional. 
Paco Umbral lo dijo: "Sara no sale en las pesetas porque no caben las tetas".

Tres de bastos y dos de pechuga

Las tetas dispararon líbidos, la voz encandiló radios, las lágrimas contaron tristeza y generación. 
Bajo pesados telones y entre sus propias contradicciones, Sara conservó un maravilloso sentido del humor hasta el último día. 
Era ese gesto genial, casi canallesco, que matizaba con su inseparable puro, mientras miraba con esos ojos que habían arrebatado el cine español de toda una época. 
Con esa mirada, se podía intuir que la única autora y la verdadera guardiana de la saga de Sara Montiel era la propia Sara.


Ella dijo nacer en 1928, pero lo apropiado es desconfiar de edades sustraídas y nacimientos ignotos en la existencia de todas estas señoras.
Hija de un campesino y una esteticienne a domicilio, la bautizaron como María Antonia Alejandra Vicente Elpidia Isadora Abad Fernández.
Sucedía en Campo de Criptana, la localidad de Ciudad Real donde una efigie rezaría un día: "Aquí nació Sara Montiel". 
Sí, allí nació, y desde su estación, Antonia Abad partió para Madrid con un billete de la suerte.
Ganó un concurso, le cambiaron el nombre y la niña Antonia se hizo Sarita para el cine de entonces. 
La eligieron por guapa y aún no era tan Montiel cuando puso los pies en aquel teatrillo franquista de Cifesa, una imitación de Hollywood, experto en dramones histórico-moralistas.

Con Jorge Mistral en "Pequeñeces"

La ambición personal y la mala situación del país obligaron a hacer las maletas.
Sarita se hacía Sara mientras partía a México, donde continuó una carrera cinematográfica con las miras hacia Hollywood.
No fue fácil y, si hay un gran embuste en la historia de Sara Montiel, ese sería que lo consiguió. Sólo basta con comprobar el escasísimo eco que ha tenido su fallecimiento en la prensa norteamericana.
En aquellos años cincuenta, el cine estadounidense no estaba preparado para aceptar a damas extranjeras como leading ladies, especialmente con tan marcado acento. 
El paso de la Montiel por Hollywood fue breve, anecdótico y relegado a papeles étnicos.

Con Gary Cooper en "Vera Cruz"

Gary Cooper detestó su presencia en "Vera Cruz" y la tuvieron que doblar para "Run Of The Arrow". 
Mejores frutos cosechó en "Serenade", especialmente porque se enamoró y maridó con el director, el gran Anthony Mann.

Con Anthony Mann

Después de "Run Of The Arrow", se concentró en la meticulosa preparación de su regreso a España, vivido y contado como un acontecimiento histórico. 
"El Último Cuplé" llenó los cines de las ciudades y de los pueblos, como aquel de donde venía la propia Sara. 
Era un melodrama como Dios manda: amores, lloros y canciones.

Como María Luján en "El Último Cuplé"

Se cuenta que estuvieron a punto de doblarla en las canciones, cuando fue su particular voz lo que convirtió a "El Último Cuplé" en una película tan vista, a la que los espectadores volvían una y otra vez, durante años.
Sara era bella, pero sobre todo erótica. Una presencia de intensa lascivia para un país triste y gris que vio una nota de color en el físico infartante de la diva. 
Sara, la esperada, Sara, la resurrecta. Sara había vuelto para quedarse.

"La Violetera"

Se abrió toda una línea de producción para Sara Montiel que incluía contrato discográfico y retahíla de melodramas tristes del estilo de "El Último Cuplé". Películas anticuadas hasta para la época en que se hicieron, pero en sintonía con un país detenido en el tiempo. 
Había algo sintomático en esas heroínas pecadoras de Sara, todas incapaces de trascender su tragedia: eran como España, sólo quedaban la renuncia y las lágrimas en la última bobina.
Afirmada como estrella del cine hispano y con el inevitable amor que también despertó en Hispanoamérica, Sara anunciaría inapelable retirada en 1974, aludiendo a la ínfima calidad del cine comercial que se producía por entonces en este país, obsesionado con destapar todo lo destapable.
Llegó la Sara famosa, la Sara camp, venida de un tiempo impreciso para ser renovada entre generaciones, con su puro, sus amoríos, sus hijos adoptivos de nombres mitológicos y titulares tan inolvidables para las revistas como: "Me conservo muy bien de cuerpo, cara y mente".


Los periodistas la visitaban con frecuencia y la mantuvieron con caché durante toda su vida.
Ella reaparecía en giras, revivía sus viejos éxitos y así grabó en la memoria colectiva líneas como "Fumando espero al hombre que yo quiero, tras los cristales de alegres ventanales". Las canciones de Sara han sido como rezos de ortodoxia cañí.
Como todas las de su pelaje, Sara Montiel nació para la cosmética, o la cosmética nació para ella. Sus pelucas, su adicción al Max Factor y aquellos little touches, tal y como solía llamar a sus nada pequeños arreglos quirúrgicos.


Una tarde, le formuló a su amiga y rival Carmen Sevilla la pregunta precisa: "¿Por qué no nos han dado a nosotras un Goya de esos?".
Los homenajes fueron muchos y, si no se los daban, se los inventaba. Porque Sara era mentirosa como ella sola, exagerada como todas las divas de este país y, si la pillaban en el renuncio, ponía cara de póker, porque era más vieja que nadie.
Con el cambio de siglo, se entregó a los programas del corazón, se casó con su fan número uno y aparecía en el primetime, como una Cleopatra venida directamente del catafalco, para contar mentiras tralalá. 
Le decían que así arruinaría su reputación, su mito, su leyenda.
Ella cruzaba los brazos, miraba como la Montiel y decía:
- Soy demasiado vieja y no me queda tiempo. ¡Sólo quiero divertirme!


Y se divirtió. Sara se lo pasó en grande en esta vida. 
Lloró muchas veces, por sus tristezas familiares, por sus amigos perdidos. Pero vivió tantísimos años, recorrió el mundo, saboreó los aplausos, se hizo rica y, hasta el final, hubo alguien por la calle para decirle lo que siempre fue. Guapa, guapa.
Hacía unas semanas, se preció en decir la verdad, tan chula como clarividente: "En cincuenta y cuatro años, no ha salido nadie como yo".


Se pregonaba eterna, pero va la muy violetera y se nos muere de vieja. Y sucede lo mismo que cuando fallecieron Fernando Fernán-Gómez y Elizabeth Taylor: es imposible creérselo.
Porque, más allá del mito y el icono, Sara Montiel ha sido entrañable parte de nuestras vidas.
El merecido homenaje, el que ella verdaderamente desearía, será no olvidarla nunca.

4 comentarios:

  1. Qué precioso y qué sarta de verdades. Bravo.

    ResponderEliminar
  2. Perfecto perfil de la Gran Sara. Me quedo con lo que comentas en el final, porque lo defines muy bien "ha sido entrañable parte de nuestras vidas". Descanse en paz. Y no te canses de escribir.

    ResponderEliminar
  3. Y nunca la olvidaremos, yo por lo menos.

    Estoy triste.. gracias por este homenaje

    ResponderEliminar
  4. Me ha encantado y a mi padre le hubiera gustado muchísimo. Él fue de los que vio "El último cuplé" varias veces en el cine y siempre me decía que se tiró la peli más de un año en la sala Rex de mi ciudad, la más importante de todas. Bravo por el post.

    ResponderEliminar