miércoles, 30 de enero de 2013

Imitación A La Muerte


Morí ayer.
Sucedió de madrugada. Tenía medio cuerpo asomado a la ventana y recogía la ropa de la cuerda de tender.
Entonces, una sábana escapó de mis manos, me incliné para agarrarla en el aire y el equilibrio me falló. Mis pies, enfundados en calcetines, resbalaron.
Caí sobre una cubierta metálica, colocada sobre la terraza del primer piso. Mi cabeza estalló contra el acero.
Al rato, desperté, repté por salir de allí e intenté bajar hacia el suelo. Pero, cuando miré atrás, vi que mi cuerpo no se había movido ni un centímetro.
Mi cadáver, boca abajo en la soledad de la noche, mientras yo, ahora un pobre fantasma, miraba aquella carne que solía contenerme.
Contemplar mi cuerpo destrozado era demasiado doloroso, así que me marché sin más, para iniciar mi vida como un fantasma. 


No quería presenciar el horror del pobre hombre que descubriera mi cadáver, aquel que se preguntaría de dónde caían esas gotas de sangre sobre su patio. 
Tampoco quería saber cuánto tardarían en descubrirme, ni en saber quién era. Y, sobre todo, no quería ver la cara de mis familiares.
Me fui muy lejos.
Como fantasma, descubrí pronto que estaba solo. No he encontrado otros como yo, no me puedo comunicar con los vivos. 
Sólo miro y ando por el mundo, sintiéndolo como si estuviera vivo, pero incapaz de experimentarlo, de intervenir en los sucesos. Soy como un dios sin poder, velando, vigilando, presenciando, siendo testigo de una vida en la que solía tener carné de participante.


Tras escapar de la ciudad donde había muerto, tomé un tren, luego un avión, más tarde una caravana, y vi lo que nunca había visto. Los países de nombres impronunciables, las ciudades tristes, los pueblos olvidados, las caras de las gentes, los caprichos de la Naturaleza.
El mundo es tan hermoso que da miedo. Es hermoso hasta en su fealdad. Es excesivo, generoso, oloroso, mortal de necesidad.


No sé si ahora vivo en una especie de Purgatorio, si este andar por la Tierra será eterno, si siempre seré un fantasma solitario. Sólo sigo caminando. Al principio, con la esperanza de encontrar a otros como yo. Ahora, con la voluntad de hallar un sentido a esta prórroga, a esta imitación a la muerte.
Por el camino, he tomado el sol en islas perdidas, me he colado en el vestuario de los balonmanistas, he aparecido en los rodajes de Hollywood, he entrado en las bambalinas de las óperas, he besado la punta del Everest y me he sumergido hasta lo más profundo del Pacífico.
He entrado en las habitaciones donde antes no podía entrar, en los lugares que me estaban vedados, en las residencias de la imaginación.


He visto el placer y la alegría, el sexo de los otros y el amor de los mayores. He comprobado que la realidad supera a la ficción. He sido testigo de las injusticias, del dolor, de los abusos, de las guerras. 
Y no he podido hacer nada. He intentado acercarme, tocar a los que sufren, devolverles mi aliento de fantasma para saber que no están solos. Pero ha sido inútil. 
Cuando estaba vivo, creía que no se puede hacer mucho por evitar las injusticias. Oh, ahora que estoy muerto, ahora sí que no puedo hacer nada.
Mi viaje sigue. Estoy en un metro, a última hora de la noche, que me lleva hacia el confín del mundo. Llegaré a las doce. 


Entonces, el tiempo desaparece para mí y no sé lo que ha pasado antes y lo que vendrá después. Soy incapaz de hacer una cronología de mi vida como fantasma. Me quedan los recuerdos antes de que me cayera por la ventana.
Me recuesto en el asiento y pienso.
Dicen que sólo vives cuando aprovechas el tiempo. Pero no es verdad. Yo también vivía cuando lo desperdiciaba, cuando sólo pensaba en el fin de mes, cuando me tumbaba en la cama a no hacer nada, cuando pasaba las horas frente al televisor, cuando dormía más de la cuenta. Vivía hasta cuando decidía no vivir. Ahora, que estoy muerto, puedo entenderlo. Vivimos como podemos para tener el raro y esporádico placer de vivir como queremos.
Mírame a mí. Yo nunca escribí una novela, nunca tuve un hijo, ni encontré el momento de agradecer a mis padres todo lo que habían hecho por mí. Jamás encontré el amor.
Pero sí planté un árbol. 
Quizá busque ese árbol, ahora que soy un fantasma, ahora que tengo la eternidad para gastar. Lo encontraré y me sentaré a su sombra hasta que él muera. 
Ese árbol es mi hogar.


Última estación, con parada en el fin del mundo. Y recuerdo, recuerdo, para no sentirme perdido. 
Recuerdo que tenía tanto miedo de morir. Tanto miedo hasta que, un buen día, me caí por la ventana y estiré la pata. 
No me arrepiento de nada, hice lo que pude, bailé la vida con más gracia que oficio. Mis mofletes se ponían colorados en pleno baile, con la necesidad de seguir el ritmo, apañando, sin pensarlo demasiado.


Oh, hermosa vida hasta cuando eras fea.
Tal vez, esté soñando. Sí, quizá viva, en algún lugar lejano, durmiendo la siesta.
Respirando, con el corazón latiendo, en una habitación en penumbra, mientras afuera, tras la ventana, el mundo sigue esperando por mí y la ropa asesina se balancea en el cordel, a eso de las seis de una tarde olvidable.
Quizá, mi última tarde. Con un poco de suerte, sólo la primera.

2 comentarios:

  1. Wow
    Me encantó leerT. Pura vida que late mientras se escribe sobre la muerte...
    Buen WK
    Un beso

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