viernes, 16 de noviembre de 2012

"La Dama de Shanghai"


Hollywood siempre fue una piscina llena de tiburones en la que, más de una vez, el gran Orson Welles se atrevió a nadar contracorriente. 
El precio lo pagó con el propio ostracismo y la sucesión de obras incompletas, transformadas, cercenadas, a veces tristemente incomprendidas.
Pero bien se sabe que la película más frustrada de Orson es mejor que casi cualquier otra cosa en la vida.
Y un ejemplo perfecto es "La Dama de Shanghai", estrenada en 1947.


Su apariencia se mueve en los terrenos del cine negro de la época, virtuada de una complicada intriga criminal con mujer fatal y una mirada oscura hacia la existencia humana. 
Pero "La Dama de Shanghai" se valdrá de los recursos narrativos y estéticos del noir para construirse así misma como una obra sobre la locura.
Loca fue la película desde su concepción, iniciada según una anécdota muy divulgada en la historia de Hollywood.
Welles, falto de efectivo para completar una producción teatral, telefoneó a Harry Cohn, asegurándole que tenía en mente la adaptación de una novela negra. 
Orson no había leído dicha novela. Aquella sólo era una excusa para que el magnate de la Columbia le enviase dinero inmediatamente y así poder estrenar su obra. 
De vuelta a Hollywood, Orson debió cumplir con Cohn. Éste impuso como estrella a Rita Hayworth, por entonces en trámites de separación del propio Welles.

Orson Welles y Rita Hayworth

Cundió la expectación, pero el bizarro resultado desató la ira de la Columbia, sentenció el borrascoso matrimonio de sus protagonistas y significó, en definitiva, otra puerta cerrada más para el genio de "Ciudadano Kane".
"La Dama de Shanghai" se etiquetaba de desastre desde los que vieron su montaje original y, a petición expresa de Cohn, fue cortada y maquillada por la Columbia.
Estrenada un año después del término de su producción, se encontró con el fracaso comercial y la frialdad de la crítica. 
Volver a verla, entenderla y vindicarla se decía tarea pendiente de todos los cinéfilos, desde 1947 hasta hoy. 

Everett Sloane

Atendiendo al esquema básico del noir, "La Dama de Shanghai" cuenta una historia de amor fatal, que se imbrica en un mundo tan opulento como sórdido.
Welles interpreta a un marinero de origen irlandés, prendado de una bella rubia de dudosos orígenes, ahora casada con un siniestro abogado. 
Éste convence al marinero para que se una a su inenarrable séquito a bordo de un crucero.


En una escena clave, el protagonista observa anonadado los desprecios, las mentiras y el daño que se infrigen sus antagonistas y los compara con la locura de los tiburones que, ante el olor a sangre, se asesinan unos a otros.
Bajo la metáfora, se desarrolla el drama de "La Dama de Shanghai", donde todos mienten, se ponen trampas y se destruyen a dentelladas. 
El argumento, no obstante, es alienado por Welles que, impone su cámara, su mirada y su voz desde el primer momento.


Entre la inquietud y el distanciamiento, "La Dama de Shanghai" desecha pronto la coherencia, sumiéndose en su atmósfera atormentada y apocalíptica. 
Dos años después de la bomba atómica, los personajes de "La Dama de Shanghai" temen el Apocalipsis, sin saber que ni merecen tan digno final.
Como decíamos, cuenta la locura. Y cómo aparece conjugada con el amor, la sociedad, la codicia, el miedo o la destrucción mutua. 

Glenn Anders

Welles se precia en jugar a Brecht en las escenas del juicio, riéndose del morbo inherente al género criminal. 
Lo que está ocurriendo se contrapone a las vulgares emociones del público: las viejas que comentan la jugada, el que bosteza, el que no entiende, los que se ríen por cualquier motivo.
Del juicio al teatro chino, del teatro chino a un parque de atracciones.
Reforzando su carácter de pesadilla en el manicomio, la acción desemboca en una casa de la guasa, donde irrumpe el laberinto de espejos, suntuoso y fascinante clímax.

"Empiezo a estar harto de nosotros"

La falsedad de los personajes y sus mentiras se cuentan desde los distintos reflejos, que se van superponiendo unos a otros, entre el encuentro y el desencuentro, como tiburones majaretas ante la esquizofrenia de la muerte.
Pese al desencanto final, el andar de su personaje hacia mejores lugares parece indicar cierto optimismo: el despertar de la pesadilla, y la necesidad de olvidar en la medida de lo posible.
Parecía que Welles fuera como su personaje; ese extraño que había sido solicitado por los círculos de la aristocracia estadounidense, a la que viera llena de seres infelices y patéticos, desesperados por comprar su talento. 
Como el héroe de esta película, Welles los llamó tiburones, sufrió un día y se fue por la puerta al siguiente.


De las extravagancias de "La Dama de Shanghai", la que más indignó a Harry Cohn fue el look de Rita Hayworth. La sedosa melena pelirroja de Rita había sido cortada y teñida de rubio. 
Obedecía a un intento de vulgarizarla, incluso de afearla, en lo que se contó como una declaración de odio por parte de Welles. 
Quizá, también, como fruto de la envidia ante la belleza de su esposa.


Aún así, es uno de los grandes hallazgos de la película, porque la apariencia entre hermosa y barata de Rita refuerza la sensación de ambigüedad, de dualidad del personaje, romántico e hipócrita, sublime y estúpido. 
Y, de manera gradual, la bonita mujer del carruaje de la primera secuencia va degenerando hasta la fiera grotesca que se arrastra por el suelo en su última escena. 
En esta pieza visionaria, la verdad de un personaje se cuenta forzosamente a través de su artificialidad. 


"La Dama de Shanghai" suele verse como un barroco ejercicio de estilo o el borrador de algo que pudo ser mejor, pero podría decirse que es precisamente su condición de obra maldita y destrozada lo que refuerza su vibración pesadillesca. 
Y como toda pesadilla, "La Dama de Shanghai" es absurda, extraña, indescifrable, sensual, llena de poética. 


Si esta película no es una obra de arte, ¿qué lo es?

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