martes, 6 de noviembre de 2012

Our Fair Audrey


La criatura más delicada que puso jamás los pies en Hollywood, Audrey Hepburn era una niña tierna y frágil a la vez, concedida de una fuerza ignota, similar a la que demostraría toda gacela frente al mundo.
Audrey fue sentida e intuida, jamás se dijo obvia ni explosiva. Por ello, se la aclamó como la necesaria antitesís a todas las estrellas femeninas cinematográficas de entonces. 
Adolescente eterna de gruesas cejas, largas piernas y delgadísima figura, su estilo fue una revolución que llegó para quedarse.
La onda expansiva de ese calmo huracán arrecia todavía. Porque se dice, se comenta, se rumorea que la elegancia es sencillamente Audrey Hepburn.


Por supuesto, tal invento nunca habría sido cosa americana, sino fina importación de la Vieja Europa, más vieja y arruinada cuando vio nacer y crecer a Audrey.
Su familia, de veleidades aristocráticas, complicadas genealogías y simpatías nazis, se movia entre Inglaterra, los Países Bajos y Bélgica, país este donde nacería la delicada niña.
"Nací para ser amada, nací para amar", diría mucho tiempo después.
Audrey marcó sus pasos al ritmo del ballet desde que se tuvo en pie, y continuó bailando y bailando, mientras su familia pasaba de la prosperidad a la desgracia, y el mundo, de una paz tambaleante a otra guerra total.


Las simpatías políticas cambiaron en la familia, mientras la madre decidía moverse a tierras holandesas, creyéndolas neutrales. 
Audrey sufriría el hambre y la desesperación, siendo infantil testigo de lo que vivía toda una familia mermada por la invasión alemana.
Enfermiza por desnutrida, Audrey bailó también ante la Resistencia holandesa, buscando dinero para la causa, mientras todos intentaban alimentarse de hierba y bulbos de tulipanes.
Llegó la ayuda humanitaria, como caída del Cielo. Audrey se agarró a un bote de leche condensada y no lo soltó. Se puso enferma, pero, esta vez, de comer tanto.
Con la paz, siguió bailando, aspirando a la gloria de la danza profesional, pero el elevado precio de sus lecciones de ballet la llevaron a trabajos free-lance como modelo y extra en algunas películas británicas. 
Aparecería en papeles más relevantes hasta que Colette la apuntaba con el dedo y decía: "Esa es mi Gigi".
En Broadway, Audrey Hepburn protagonizó la traslación musical de la novela de la escritora francesa. 
Sólo bastó el éxito de esta "Gigi" y la delicada gacela ya estaba lista para saltar en el momento más imprevisto.


Su primera película en Hollywood sería rodada, no obstante, en la Ciudad Eterna, y se llamaba "Vacaciones en Roma". 
Desde que la vio y la conoció, Gregory Peck supo que la nueva chica le iba a robar la película. 
Audrey interpretaba a una princesa de incógnito en la capital italiana, decidida a mezclarse entre el mundanal ruido.

Con Gregory Peck en "Vacaciones en Roma"

La niña Hepburn no sólo le robó la película al bello Peck, sino que se llevó el Oscar. 
Entre la sorpresa, las lágrimas y la gratitud, abrazó la estatuilla como había abrazado aquel bote de leche condensada al finalizar la Segunda Guerra Mundial.


El año era 1954, y Hollywood decidía que no le bastaba con una Hepburn. Además de Katharine, demandaba a Audrey. 
La llevaron a la casa de Givenchy, el diseñador al que se atribuye la creación del estilo Audrey. 
Escéptico en un principio, convencido enseguida, Givenchy preparó a Audrey Hepburn para su siguiente papel, aún más definitorio de su imagen. 
La joven oscarizada se tomaba del brazo de Billy Wilder para ser "Sabrina". En esta ocasión, era la hija del chófer, que enamoraba a dos hermanos de la alta sociedad. 

Con William Holden en "Sabrina"

El público se dejó encantar por Audrey de manera inmediata. Era aquella Cenicienta que extraía elegancia de la sencillez, que conjugaba sofisticación con naturalidad, que además de fina imagen de la moda, era una cálida, sensible y encantadora actriz.
Buscar el secreto se hacía alquimia para todos sus adoradores. Preguntada al respecto, ella aseguraba: "Sinceramente, nunca pensé que triunfaría en el cine con una cara como la mía".


Aunque, bien la definiría Jeffrey Eugenides: "Audrey Hepburn es esa actriz de Hollywood a la que todas las mujeres quieren parecerse y en la que los hombres nunca piensan". 
Audrey, símbolo de belleza, pero nunca de erotismo. Gran ironía.


Querida por todos, demandada por directores y embarcada en muchas películas de éxito, es curioso que sus dos papeles más recordados no fueran diseñados para ella.
De hecho, los aceptó con la sensación de acometer un flagrante miscasting.

En "Desayuno Con Diamantes"

Truman Capote no la quería como Holly Golightly, mientras Eliza Doolittle era un rol para Julie Andrews.  
Pero, en cualquier caso, ¿quién puede pensar hoy en "Desayuno con Diamantes" y "My Fair Lady" sin la presencia de Audrey Hepburn?
Fuera la chica ligerita de los ambientes neoyorquinos o la ordinaria florista que atendía clases de dicción, la pequeña Hepburn convencía siempre.

En "My Fair Lady"

Como "Ondina" en Broadway, allá por su año de Oscar y gloria, Audrey se había topado con Mel Ferrer, también actor de Hollywood, pero de fama y relevancia mucho más discretas.

Con Mel Ferrer en "Guerra y Paz"

Audrey y Mel se enamoraron, se casaron y, según el hijo de ambos, permanecieron juntos más tiempo del que debían. 
Tras doce años de tormentas, reconciliaciones, un par de películas juntos y multitud de prórrogas, portazos y desencantos, se separaron. 
Ella lo acusaría de cruel y controlador, y firmado el divorcio, jamás volverían a dirigirse la palabra.


Tras decir adiós a Mel Ferrer, Audrey Hepburn tomó distancia de Hollywood. 
Incorporó a la ciega asediada de "Wait Until Dark", último papel de lucimiento y ambición, y se fue de vacaciones sin fecha establecida de regreso.
Sucedía a finales de los sesenta, y, en pleno crucero mediterráneo, se enamoraba del psiquiatra italiano Andrea Dotti, al que hacía inmediatamente su segundo marido.


Decidida a llevar una vida más hogareña, Audrey Hepburn espació sus apariciones hasta el punto de la anécdota. 
Todavía quedaron pruebas contundentes de su factor maravilla, que no conocía de edad, sólo se beneficiaba del crepúsculo.

Con Sean Connery en "Robin y Marian"

Las infidelidades de Dotti y la aventura de Audrey con Ben Gazzara auguraron vidas separadas dentro de ese matrimonio, para terminarlo cuando los hijos de Audrey fueron lo suficientemente mayores.
Su último amor duradero fue el actor holandés Robert Wolders, que permanecería a su lado hasta el final.


A su puerta, siguió llamando el cine, pero a ella le quitaba el sueño otro horizonte. 
"No me gusta que se le llame el Tercer Mundo. Es nuestro mundo", diría para explicar su magnífica obsesión.
Sus cercanos dijeron que, durante la última parte de su vida, Audrey se confesaba intranquila en un planeta donde había niños que se morían de hambre. Ella estuvo a punto de perecer por la desnutrición, tantos años atrás, también niña, perdida en una guerra, rascando la tierra para sobrevivir.
Pero nada podía prepararla para el terror que vio en su recorrido por los países donde la llevó la UNICEF. 
Tan conmocionada como esperanzada, se entregó a sus labores humanitarias, siendo una de las primeras personalidades en poner el problema sobre la mesa.


De vuelta de uno de sus viajes por el África desfavorecida, Audrey acudía a una consulta médica, tras sentir dolor y molestia. El veredicto fue el peor y el estado, muy avanzado.
Un inoperable cáncer de colon se la iba a llevar de un día a otro. 
Para su última Navidad, su aliento le permitía reunir a su familia en Suiza. 
Terminada la velada, sus hijos la ayudaron a subir hasta su dormitorio. Audrey se echó en la cama, para conciliar el sueño inmediatamente. 
Con 69 años, la una vez bailarina Audrey Hepburn le perdió el paso a la vida y jamás despertó.


Se la lloró como pocas, entre la revisión necesaria de sus clásicos y la reivindicación de su estilo, para el mundo, para las nuevas generaciones, para contemplarla una y otra vez en las imágenes de la televisión y la publicidad. 
Audrey, la elegante, la exquisita, la tranquila distinguida, cuya importancia se contaba desde las cejas hasta la sonrisa, desde el peinado hasta las lágrimas, desde los cincuenta hasta los sesenta, desde Wilder hasta Donen, desde Cary Grant hasta Albert Finney.

Con Albert Finney en "Dos en la Carretera"

Su paso por el mundo y las pantallas fue cuestión de amor; por ello, pretender sustituirla se vive como la mayor ofensa. Su influencia es indiscutible; replicarla se dice imposible.
Como mitómano acto de fe, como epitafio a su inmarchitable encanto, se suele creer que, de ángel, Audrey Hepburn tenía mucho más que sólo la cara.

4 comentarios:

  1. Qué preciosidad de entrada... siempre tuve una patológica debilidad por este ángel, y este artículo es de lo mas bonito que he leído nunca sobre ella.

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  2. Precioso. He llorado de emoción leyéndolo. Gracias.

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  3. Es un personaje excepcional, esa forma de transmitir glamour, delicadeza, sensibilidad, emoción, ese rostro tan peculiar y fascinante, gracias por incluirla en el blog.

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