martes, 13 de noviembre de 2012

Todo Sobre Marlon


Fue la victoria de la personalidad, el grito de su generación, el gato rabioso que enseñó sus garras a toda una época.
Marlon Brando era aquel que susurraba con esa voz inimitable y poderosamente ambigua, era aquel que gritaba por Stella, por el mundo o por sí mismo.
Fue el chico subido a una motocicleta. La carcajada y la pena, la gloria y la caída. Lo llamaron el mejor actor del mundo cuando lo veían entrecerrar los ojos para el cine, ese cine que fue distinto después de Brando. 
Allí, en sus interpretaciones, es donde está el secreto. En la emoción que brindaba a los personajes, más allá de la transformación o el compromiso. 
Era tan sensible que sólo podía ser el más fuerte. 


Brando, inmenso, gigante, demasiado enorme para sí mismo. 
Guapo hasta decir basta, sensual desde su sonrisa hasta su mueca de decepción, tan conflictivo, tan irregular como el mayor barroco que fue.
El mejor actor del mundo, dijeron. El mejor actor del mundo, digo hoy.


Su influencia es incontestable. También su icono, agudizado en los neuróticos años cincuenta, donde el orden se quería interrumpido por el ruido del salvaje, que venía a dar al cine norteamericano justamente lo que necesitaba: carisma inadulterado, talento sin fabricar y, por supuesto, sexo, mucho sexo.


Su madre le enseñó muchas canciones, mientras acariciaba el pelo del pequeño Marlon.
La triste, alcohólica, colorida, vitalista Dodie Brando se recuperó un buen día de sus copas de desvelo tras asegurar una infancia triste y atribulada a su hijo.
La rehabilitación se conjugó con ambición, y Dodie encaminó a Marlon hacia aquello que ella no pudo conseguir: la gloria interpretativa. 


De adolescente, Brando ya mostraba su legendario carácter, expulsado de escuelas, censurado por desobediente y gamberro, incorregible muchacho que se daría tregua a su llegada a los escenarios.
Desde que comenzó, Marlon fue bien recibido por todos los comentaristas teatrales, que lo calificaron de fresca sensación. 
Él se encomendó a los consejos de Stella Adler, maestra de la interpretación en el Nueva York de finales de los cuarenta. Fue la que puso la revolución Stanislavski sobre la mesa de los actores más prometedores; su más aventajado alumno siempre fue Brando. Su mejor producto, también.
En "Un Tranvía Llamado Deseo", comenzó Marlon Brando, que arrasó Broadway, al ritmo de la inmortal obra de Tennesee Williams sobre suciedad y locura. 
Él era el descamisable Stanley Kowalski, animal brutal que gritaba por su esposa al pie de la escalera. "Steeeellaaaa".
Lo nunca visto y, por tanto, un éxito.

Con Jessica Tandy

Su primera película en Hollywood se llamó "The Men", donde interpretaba a un paralizado veterano de guerra. 
Aunque menos conocido que sus posteriores títulos, ya contenía las bases del huracán que iba a representar: esa sensación de rotura interior, expresada sin doblez, sincera, nunca vista de ese modo tan directo, dentro de personajes nuevos para películas distintas.
La traslación al cine de "Un Tranvía Llamado Deseo" lo confirmó, y entre el escándalo y la camiseta, nació ese macho corrupto, sudado y sexy, ese que prefería ser tío bueno antes que galán de noche, ese maromo absoluto.


Perdió el Oscar frente a Humphrey Bogart, porque Hollywood siempre se entera tarde. Pero el cine ya era suyo, y lo siguiente fue una sucesión de buenos éxitos y aclamadas interpretaciones, todas inolvidables.
Clamando al populus en las escaleras ante el cadáver de "Julio César", pidiéndole a Jean Peters que le enseñe a leer en "Viva Zapata" y subiéndose a la moto de "The Wild One", para forrar las paredes de generaciones durante años, que soñaban con la libertad que Brando les prometía.


Y, por supuesto, herido, roto, inasequible al desaliento, caminando en la secuencia final de "On The Waterfront". Emocionante andar que lo llevaría a su primer Oscar.

Como Terry Malloy en "On The Waterfront"

Bette Davis era quien se lo entregaba. Y Bette Davis era quien debía entregárselo, otra sensible y dura camaleona de la emoción como Brando. 
"Teníamos mucho en común", diría Bette, "él también se hizo muchos enemigos, él también era un perfeccionista".

Dos titanes

Del dolor, nacieron las interpretaciones de Marlon. Y de éstas, nació el mito, que, desde el principio, sería envidiado y admirado por todos sus compañeros de generación. 
Todos tenían una opinión sobre Brando, decididos a conocerlo sin entenderlo.

Guapísimo Marco Antonio en "Julio César"

Truman Capote lo calificó de glotón y caprichoso, un niño grande que no parecía tener bastante en su caravana de "Sayonara". 
Nacía la fama de divo excéntrico, de manera quizá inevitable. Era el actor que lo tenía todo, hasta la convicción de ser el mejor. Marlon Brando se convertía en el terror de los rodajes. 
La piedra de toque fue "Rebelión A Bordo", donde se hizo con la película desde el primer momento, despidiendo a seis directores y eternizando una producción carísima, cuyo resultado final dejó mucho que desear.

Con Tarita en "Rebelión a Bordo"

Esos primeros años sesenta se consideran el momento de declive de Marlon Brando como estrella de Hollywood, al perder el favor del público con una sucesión de películas poco afortunadas e interpretaciones menos excitantes que las anteriores. 
En retrospectiva, muchas han sido más que recuperables, pero, en su momento, lo llevaron a un ostracismo casi total hacia finales de la década.
Porque contratarlo era llamar a la tempestad.

En su única película como director: "One-Eyed Jacks"

Francis Ford Coppola tuvo que insistir mucho y finalmente pedir de rodillas para que Marlon fuese Vito Corleone, el patriarca que acaricia un gato, mientras atiende peticiones en la boda de su hija.

En "El Padrino"

La simple posibilidad de que Brando no hubiese sido "El Padrino" parece hoy un chiste. 
En semejante peliculón, Marlon concedió su interpretación más impactante en años, tan digna de parodia como trascendente por la luz que el actor halló tras el rostro de un poderoso mafioso. 


La Academia de Hollywood se apresuró a darle su segundo Oscar. 
En uno de los momentos más infamous de la historia de los premios, la activista india Sacheen Littlefeather subía al escenario, rechazaba el Oscar en nombre de Brando y denunciaba la imagen que Hollywood y la televisión daban sobre los nativos norteamericanos.
De nuevo, la rebeldía de Brando arreciaba con contundencia. Detrás, su dedicación a todas las causas.
Capote lo había llamado niñato, pero el alma, la inteligencia y la acción de Brando quedaron claras cuando se mostraba comprensivo y solidario con los problemas de los más débiles y con aquellos que aspiraban a los derechos civiles. En la vida, fue un Padrino bueno.


Su participación en la arrolladora saga mafiosa de Coppola auguró un posible retorno a las pantallas. 
La transgresora "El Último Tango en París" también llenó los cines y los comentarios. Y, en medio de la polémica, se deslizaba la que muchos consideran su mejor interpretación.
Porque no hay chicle como el chicle de la última secuencia de ese desgarrador tango.

Con Maria Schneider en "El Último Tango en París"

A pesar de la renovación por su culto y su nombre, el comeback fue notoriamente desaprovechado, imponiendo unas demandas salariales que bordeaban el disparate. Si se le concedían sus caprichos, apenas aparecía en la película, pese a estar acreditado como el protagonista, tal y como sucedió en "Superman".
El verdadero epílogo de su carrera bien podía ser su irrupción en "Apocalypse Now", como el Coronel Kurtz, el testimonio de una locura secreta, el enigma de una destrucción petrificada.


Aún quedaron apariciones y regresos sorpresa en las siguientes décadas, pero el genio parecía haberse echado a descansar.
Se imponía esa imagen baronial, de hombre y actor que no tiene nada más que demostrar.

En "A Dry White Season"

Su vida privada empezó a bullir, a medida que se pedían biografías y se hacían recapitulaciones.
Brando se casó tres veces. La más conocida de sus mujeres fue la tercera, la polinésica Tarita, a quien conoció en el rodaje de "Rebelión a Bordo".
Brando se enamoraba de Tarita, pero también de Tahití, y compró una isla donde quiso emular su noción del Paraíso. "Marlon, mi amor, Marlon, mi tormento", diría Tarita para definirlo.


Más mujeres tuvo, algunas amantes y otras compañeras de sus últimos años. E incluso hombres. En cierta ocasión, dijo que había tenido ciertas experiencias homosexuales y no se sentía avergonzado por ello.
Suertudos los que pudieron.
Tanto amor y tanto sexo, lo llenó de muchos hijos. En total, reconoció a trece, a quienes dio su apellido. Ellos le devolvieron dramas y nietos.
Y el abuelo Brando se hacía más gordo a razón de los años.
Su tendencia a la obesidad se hizo tónica general en su madurez, bajo una necesidad nerviosa de comer mucho y mal. Prometía ponerse a dieta ante su familia y su médico, mientras escondía hamburguesas en el jardín con la destreza de un adicto.


Al final, la noche de la tragedia.
Christian y Cheyenne, dos de sus hijos, protagonizaban un morboso suceso nunca del todo explicado, revestido de circunstancias atenuantes y vivido en un juicio para festín de los tabloides.
En una borrachera, Christian había disparado y matado a Dag Drollet, el prometido de su hermana Cheyenne.
En el juicio, quedó el momento decisivo. El gran actor en el estrado, para defender a su hijo. 
Marlon dijo que le había fallado, que los problemas de Christian venían de una educación descuidada por su parte, que parte de lo que había pasado debía ser culpa suya.


El actor interpretando su propia vida, incorporando el papel de sus días. 
Christian fue a la cárcel, pero lo liberaron a los cinco años. Cheyenne, esquizofrénica, desterrada por propia voluntad, no superó el suceso y se ahorcó. 
Marlon fue incapaz de asistir al funeral de su hija, roto de dolor.


Recuperó el aliento para escribir y publicar su autobiografía, "Canciones que mi madre me enseñó", donde hablaba de sus experiencias, de la gente que conoció y amó. Lo contó de manera inconexa, sin brújula, movido por la intuición y las emociones del recuerdo, tal y como Brando era. 
Pese a las tristezas, los remordimientos y la mala salud, el enorme Brando pudo cumplir ochenta años. 
En 2004, perdió la respiración, como si nunca hubiese existido hombre más cansado en la Tierra tras vida tan azarosa.
El cine se puso de luto y lo repitió en imágenes para no olvidarlo nunca. Desde la camiseta rota de Nueva Orleans hasta su llanto ante el destrozado cuerpo de Sonny, Brando fue generoso hasta cuando se decía exquisito. 


Pero a Marlon Brando no habría que envidiarlo sólo por su talento o su estatus, sino también por esa vida en letras capitales, donde hubo tiempo para la gloria y la caída, para la lágrima y la sonrisa, para la luz de la belleza y la verdad de la vejez.
Hubo tiempo para tener muchos hijos, para perderlos y recuperarlos, para amar, para fornicar, para respirar, para perder el aliento, para ganar mucho dinero, para comérselo todo, para comérselos a todos.
Para arrepentirse, para no estar seguro, para vivir ochenta años, para ser el mejor desde el principio hasta el final.


La vida de Marlon Brando fue una vida sin imitación posible, como él mismo.

1 comentario:

  1. Creo que la imagen de Brando está grabada a fuego en el recuerdo de generaciones de cinéfilos en el mundo, sus personajes son él, es imposible imaginarlos sin su presencia, sin su fuerza.
    Una vez fui al teatro a ver una puesta en escena de un tranvía llamado deseo, la ambientación era impecable, las actuaciones muy buenas, el texto, todo bien, pero, la obra fue un desastre; Stanley Kowalski no era Marlon Brando, Marlon Brando no era Stanley Kowalski

    ResponderEliminar