1933 fue cosa de "King Kong", un cóctel de emociones cinematográficas, que sentaría muchas bases del espectáculo hollywoodiense.
Vista desde hoy, es una película delirante de principio a fin, pero decididamente entrañable. Una cuestión arqueológica y, como tal, merecedora de cualquier investigación.
Bruce Cabot, Fay Wray y Robert Armstrong |
Estrenada durante la Depresión, vino a sofocar la bancarrota de la RKO, la productora Cenicienta del cine clásico, que se aferró a "King Kong" para poder sobrevivir.
El resultado fue un taquillazo y, de manera más o menos inesperada, la consolidación de una leyenda. El simio africano, en lo alto del Empire State Building, atacado por aviones y aferrado a la gritona Fay Wray, se haría folklore del siglo XX.
"King Kong" es un espectáculo contado a sí mismo. Su protagonista es un director ambicioso y aventurero - modelado en el propio realizador de la película, Merian C. Cooper -, que traslada su equipo a una isla que no aparece en los mapas.
Ensayando poses |
Los incautos encuentran un enorme gorila, con muchas ganas de machacarlos a todos, pero con una debilidad manifiesta: quiere a la rubia.
El amor |
Se definen inmediatamente dos constantes de Hollywood. Primero, que una tía buena aparezca ligera de ropa, se porte como una tontorrona y sea victimizada por un animal. El resorte magno de la erotización hollywoodiense, por fin explicitado.
Y, en segundo lugar, que una bestia como Kong sea menos bestia al tropezarse con la fragilidad de otra criatura. Es el toque de lirismo y distinción que se desliza bajo una aventura llena de exotismo barato y mamporros a gogó.
Otra constante en la que esta película se hacía pionera: la verdadera trepidancia no estará tanto en el extranjero como en casa. La atestada y luminosa Nueva York se consolida en "King Kong" como el ideal y definitivo escenario para desatar el terror.
Kong no reaccionará bien a tanta atención mediática |
Allí, Kong, presentado en Broadway, se desata de sus correas y siembra el caos.
Porque no habrá entrega de acción norteamericana que no sepa de la megadestrucción, anunciaba "King Kong".
Como si para revalidar el orden social, haya que presenciar su absoluta corrupción en la pantalla.
"King Kong", realizada antes de la implantación del Código Hays, sorprende por su violencia y truculencia, donde hay más muertes y vestidos desgarrados de los que permitiría el cine en los años venideros.
Pero, en términos generales, hay que reconocer que es una película que dará mucha risa al espectador contemporáneo.
Fay Wray, leyenda |
Los clichés son tremendos, los decorados, un puro cartón piedra, y los efectos, muy primitivos, donde la superposición de imágenes canta puro Ionesco.
Esa tribu estereotipada hasta el punto del racismo, la inefable aparición de los dinosaurios y la necesidad de capturar los ojos desorbitados de la screaming lady; todo resulta tan viejo y derivativo para nosotros, que sólo es posible disfrutarlo mediante su sublimación camp.
Es evidente que, en esta obra, la leyenda devora a la verdad, o, en todo caso, el paso del tiempo ha sido pernicioso.
A tope con el peridoláctico |
Sin embargo, todavía subsiste esa entidad de show decisivo, ese hallazgo moderno de contarse a sí misma y ese envoltorio de una época irrepetible en tantos aspectos como fueron los años treinta.
El personaje de Carl Denham es memorable, Fay Wray sigue siendo un encanto y hay diálogos desternillantes: "¿Vamos a ver a un gorila? ¡Como si no hubiera suficientes en Nueva York!".
Enseñando dientes en Broadway |
Como espectáculo esencial, esta obra recurre a un temor básico: la irrupción de lo primitivo en la civilización.
"King Kong" no sólo lo explota, sino le da la vuelta. En su poética declaración de que la Bella mata a la Bestia, parece recordar que lo ancestral y lo contemporáneo viven un traumático divorcio, cuando, en realidad, deberían ser inseparables.
Porque todos somos bestias enamoradas y, a la vez, todos somos Fay Wray gritando en lo más alto.
Siempre se recordará con cariño. No importa lo vieja que sea, no importa que todo se vea ficticio y de cartón piedra, solo importa la simpatía que despierta en tu cabeza y los recuerdos de la primera vez que viste al gorila más famoso de Holliwood. Esos gritos de esa Fay incansable, ese blanco y negro lleno de polvo que te traslada a otras épocas. Siempre será un buen ejercicio el volver a ver este clásico.
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