Las puntas de mis zapatos se tocan, como si se besaran. En la sala de espera, no quedan revistas interesantes, no hay nadie a quien ignorar. Sólo un mortal silencio. Así que me concentro en mirar mis zapatos, juntándolos, haciendo que se besen.
Recuerdo las palabras del doctor durante la sesión anterior:
- La crisis trae incertidumbre. Nos hace dudar hasta de quiénes somos... En épocas de prosperidad, nos programamos, apenas cuestionamos nuestros deseos. Porque el mundo está dispuesto a entregarnos todo aquello que queremos... Cuando las cuentas no cuadran, cuando las cosas se tornan imposibles, es menester dudar hasta de nuestra propia sombra. De nuestras convicciones, de aquello en lo que depositamos nuestra confianza. Nos sentimos engañados. Por el mundo y por nosotros mismos.
Como siempre, el doctor tiene razón. Como siempre, tarda en abrir la puerta.
Parece que es un director que disfruta con el suspense, un hombre que se erige como salvador a base de la desesperación ajena. Cuanto más se haga esperar, más rendido a sus pies caeré.
Abre la puerta, sonríe y me pide paso. La misma sonrisa, el mismo gesto, el mismo despacho.
Muchos suspiros y secretos se revelarán en esa habitación y, tanto él como su lugar de trabajo, se visten de inmanencia. Para convencer y convencerse que es un testigo sordo de la aflicción psicológica de sus pacientes.
- He tenido un sueño muy extraño, doctor - le digo, mientras me tiendo a lo largo del diván - En realidad, han sido varios. ¿Recuerda lo que le conté sobre el deporte? Pues he soñado que jugaba un partido de fútbol y metía dos goles. Otra noche, soñé que ingresaba en las Fuerzas Armadas. Pero lo más perturbador fue esta mañana. Amanecí sudando y con la convicción de que había soñado con una mujer... Ya sabe, un sueño erótico heterosexual.
>> Si le digo la verdad, he pensado muchos estos días en que debería probarlo. Nunca me he acostado con una mujer, ni he sentido deseos de hacerlo. Si lo pienso, no me apetece. Pero tampoco me apetece tirarme en paracaídas, pero basta hacerlo para descubrir que es la mejor sensación del mundo.
>> No debe estar tan mal. Al fin y al cabo, es estar con una mujer. Y las mujeres son muy bonitas.... Le repito que nunca he pensado en ellas en estos términos. Pero, oh, la crisis. Hay que dudar de todo... Tal vez, tomé una decisión demasiado radical en un momento de mi vida... Me gustaban tanto los hombres, que me convencí de que las mujeres no debían gustarme nada...
Me encuentro incómodo tendido en el diván y opto por sentarme. La luz entra por los resquicios de las persianas bajadas. El bochorno es casi insoportable.
- Hoy me descargué una película porno hetero. Hacía más de diez años que no veía una. Oh, Dios, me siguen pareciendo tan horribles, tan grotescas... En todo caso, ya se sabe, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
>> Imagínese. Yo, con una mujer. Eso sí que sería una sorpresa para todo el mundo. Imagine que me enamoro, que puedo tener lo que llaman una vida convencional... Me llamarían de todas partes. La prensa, los conservadores, el Papa. Me harían hablar ante la multitud y yo diría:
>> - Siempre soñé con tener un novio pelirrojo e irlandés llamado Patrick O'Hara. Ahora sólo tengo ojos para Maureen. - diría, entre los aplausos de los ilusos.
>> Porque en todos los sueños que tenía, a pesar de que metiera goles, ingresara voluntariamente en el ejército o me enterrara en una vagina, siempre seguía siendo yo. Siempre seguía siendo gay...
>> Quién sabe, doctor. Tal vez, el amor lo encuentre en una mujer. Pero sé que nunca dejarán de gustarme los hombres. Sería como la pareja aquella que formaron Jack Wrangler, la estrella del porno gay, y Margaret Withing, la cantante... Él ni se consideraba bisexual, pero dijo que se había enamorado de Margaret, quería estar con ella, casarse. Encontró el amor como lo encuentra Jennifer Aniston y todo el mundo: cuando y donde menos se lo esperaba.
Jack Wrangler y Margaret Withing |
>> He recordado un capítulo de mi vida, de mi infancia. Me atormenta, doctor, porque creo que habla de un principio, de un jardín del Edén del que salí para no volver.
>> No sé que edad tendría. Debía contarse con los dedos de una mano. Pero era el sur y era el calor. De la mano de Lady Montez, llegué al apartamento de unas primas. Unas primas mayores, veinteañeras, a las que nunca veía.
>> Cuando entramos, una nube de humo se cernía sobre ellas. Estaban fumando. Mi madre se sorprendió, pero luego dijo: "Claro, ya tienen veinte años". Fumaban despreocupadamente, pero, a la vez, como si desafiaran al mundo con cada calada.
>> En la piscina, se quitaron la parte de arriba del bikini. Yo nunca había visto mujeres comportándose así... ¿Qué edad tendría? Dios, creo que ni sabía nadar. Creo que Lady Montez me estaba agarrando para que no me ahogara...
>> En todo momento, yo intentaba apartar la vista de las tetas. Tres pares de tetas. De distinta forma, de distinto color, quizá de distinto sabor. Tetas de las que vuelven loco, de las que cambian la Historia.
>> Mis primas eran como sirenas en la orilla. Como si acabaran de ganarse las piernas y disfrutaran de su libertad encontrada, con los cigarrillos como apéndices de su victoria.
>> Nunca había visto mujeres así. Y soñé con ellas muchas veces. Que volvía a su apartamento y me decían que se alegraban de verme. En el sueño, yo les contestaba a mis primas que sólo estaba allí para verles las tetas, para tocárselas. Ellas se reían, complacidas, seductoras, triunfales.
>> Primas de riesgo, ¿no cree, doctor?
- O simplemente, cuestión de tetas. Eras un niño, al fin y al cabo. Todos los seres humanos se sienten atraídos por el pecho femenino. Es lo primero que se pierde en esta vida.
- ¿Y si perdí algo más por el camino? Nunca había visto mujeres así, no recuerdo volver a sentir nada parecido por ellas... ¿Y si encontrarme con una mujer sería recuperar esa piscina, ese deseo? Por entonces, sólo sabía ponerme rojo. Ahora podría hacer más...
Terminé la última frase con algo de pudor, como si efectivamente volviera a estar en aquella piscina, delante de mis primas en top-less. El doctor pareció intuirlo y lo apuntó.
- ¿No crees que hablas desde la resignación? - dijo -. Como si te hubieras rendido con los hombres... Pero, en realidad, has dicho que nunca podrías olvidarlos... Los deseaste desde siempre; primero, en secreto, luego, abiertamente. Los encontraste, los tuviste. Te rompieron el corazón. E, incluso, cuando te has dado por vencido, todavía sigues pensando que, a pesar de todo, estarán ahí.
>> Sabes bien que, incluso aunque fueras feliz con Maureen, siempre pensarás si hubieses conseguido lo mismo con Patrick... Ese sí sería un sueño para atormentarte de por vida.
Paddy O'Brian |
>> ¿Crees que tus problemas se arreglarían por estar con una mujer? ¿Qué felicidad sería decirle que sigues deseando a los hombres y que, de hecho, tienes que acostarte con alguno de vez en cuando?
- Doctor, sin amor, mi vida es una imitación a la vida.
- Con ciertos tipos de amor, también lo es... Eres homosexual y lo sabes, porque te conoces desde siempre. Tu inclinación hacia los hombres es demasiado poderosa para relativizarla... No quiere decir que te introduzcas en la jaula de la etiqueta. Quizá, un día encuentres encanto en acostarte con una mujer, pero no para demostrar nada ni para honrar esa piscina, porque esa piscina es únicamente la misma piscina que todos y todas tienen en su memoria...
>> Lo harás porque te apetecerá. Porque eres libre.... Duda de todo, pero no dudes nunca de la libertad que conseguiste para soñar con cualquier Patrick O'Hara y poder contarlo.
>> Sueñas con esas cosas que nunca hiciste ni quisiste hacer, porque te haces mayor. Te imaginas como sería tu vida si hubieses elegido otro camino.
>> Pero ahora no se trata de desandarlo, sólo de andarlo de verdad, de continuar adelante. De tirarse en paracaídas, sí, pero con la confianza de caer sobre un valle mejor.
Mi mirada vuelve a mis zapatos. Se vuelven a besar, cuando hago que las puntas se unan. Me pregunto si, con tres toques, sería capaz de transportarme a casa.
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