viernes, 31 de agosto de 2012

"El Extraño Viaje"


Del abarrotado baúl de lo vedado, resurgió una obra que representa como ninguna el malditismo del cine español.
Bajo una idea de Luis García Berlanga e inspirada en el llamado "crimen de Mazarrón", Fernando Fernán Gómez había dirigido "El Extraño Viaje" en 1964.
Una vez vista, la censura no la prohibió expresamente; fue más cruel y la neutralizó, la encerró en un cajón, aplazando su estreno de manera indefinida. 
Se hizo lo posible porque fuera olvidada, como si nunca hubiese existido esa película, cuyo clímax consistía en integrar fetichismo, travestismo y prostitución masculina en una misma secuencia, de un solo e irreverente golpe.

Tota Alba y Carlos Larrañaga

La fealdad de la España franquista, mal arreglada en aquel falso aperturismo de los años sesenta, es la pasta base desde donde se construye un título inclasificable, casi marciano, que, con la brocha del humor corrosivo, dibuja un retrato desolador de una sociedad atrasada y reprimida.


Los títulos de crédito se imprimen sobre las imágenes de unas revistas presuntamente glamourosas, fotografiadas con un blanco y negro que devuelve la grisura de la época.
Una chica, calificada por un viejo como "el pendón de la Angelines", se arranca por un twist desenfrenado, mientras sus vecinos del pueblo lo bailan como si se tratase de un pasodoble. Otros se limitan a mirar lascivamente a Angelines.
El local se llama, irónicamente, "El Progreso".

"Hay que ver cómo te meneas, condená"

En ese pueblo metomentodo y aburrido, lleno de boinas y caras envejecidas, las mayores alegrías consisten en espiar a Angelines por las noches y en esperar la llegada, cada sábado, de una forastera agrupación musical.
Coronando el pueblo, se encuentra la mansión pseudogótica de los tres hermanos solterones: la marimandona Ignacia y los infantiles e imbéciles Paquita y Venancio.


Paquita le jura a Venancio que, a través de la puerta entreabierta, ha visto a alguien en el dormitorio de Ignacia.
La luz se va y restan los misterios, desde el invitado de Ignacia hasta el robo de un corsé, pasando por el sabor del vino.

"¿Qué? ¿A ver al novio?"

"El Extraño Viaje" se desarrolla a través del espejo del esperpento, aquel que deforma para contar, paradójicamente, la verdad.
Entre sus dardos, se mofa del romanticismo barato de muchas de las películas que se producían en la España franquista.
La relación entre Fernando y Beatriz, dos novios que se toman de la mano y se prometen amor y sacrificio, simboliza esa decadente esperanza en la juventud casta y "sana" que apologizaba el ideario nacionalcatolicista.
"El Extraño Viaje" ataca con su punzón visionario y parodia la cursilería, personificada en Beatriz, esa que habla y piensa en términos de novela rosa, no se deja besar antes del matrimonio y deberá despertar a esas ollas destapadas donde borbota lo sórdido.

Carlos Larrañaga, actor tristemente fallecido ayer

En su retrato de los tres hermanos solterones, "El Extraño Viaje" tampoco escatima en crueldad. 
Aparecen el analfabetismo, la incultura y la ignorancia, que no distinguían clases sociales. Y también la vana adicción a la fe en un mundo mejor, imaginado más allá de las puertas del zafio pueblo.
Si Angelines piensa que en Madrid podrá librarse de los silbidos y las miradas obscenas, los tres hermanos solterones ven en el extranjero la posibilidad de volver a ser jóvenes y, por primera vez, bellos. 
Confían en la liberación, tras vivir con el miedo a la opinión de los vecinos y el temor a ser descubiertos en sus deseos más íntimos. 

Rafaela Aparicio y Jesús Franco como Paquita y Venancio

Siempre a la espera de Godot, que Berlanga ya había llamado Mr. Marshall para el cine de este país. 
Así, los hermanos saludarán al barco ilusorio que llega a la playa, mientras el veneno se vierte generoso en las copas de champán.


El relato final del falso galán Fernando llenará los huecos de lo ocurrido tras las puertas cerradas y los velos de la confusión. 
"El Extraño Viaje", hasta ese momento una formidable comedia negra, se transforma en algo aún más grande. 
La irrupción de Carlos Larrañaga travestido y el cadáver encontrado en el barril de vino explican porqué fue condenada al olvido en 1964 y porqué se convirtió después en uno de los mayores títulos de culto de la cinematografía española.
Se la recuperaría en filmotecas, para alabarla entonces como la mejor película realizada por el polifacético Fernán Gómez, e influir la obra de directores como Pedro Almodóvar y Álex de la Iglesia.


Si Valle-Inclán es faro y guía, "El Extraño Viaje" irrumpe también como una obra de su tiempo, bien situada en 1964, más que ninguna otra de las apolilladas producciones hispanas que se estrenaban por esas fechas. 
A "El Extraño Viaje" se la ve deudora del Hitchcock de "Vértigo" y "Psicosis", del grandguignol de "¿Qué Fue de Baby Jane?" y, por supuesto, de papá Buñuel.
En su libreto, aparece el nombre de Pedro Beltrán, actor, escritor y toda una colorida personalidad de la farándula española, que debutaba como guionista con esta película.


Además de su condición de obra maestra altamente disfrutable, "El Extraño Viaje" puede ser significada hoy como rabiosa actualidad.
Por un lado, atendiendo a la necesidad de que ese pueblo terrorífico no vuelva a ser una realidad en este país.
Y, por otro, como la prueba de que es posible contar las mejores historias con valentía, intuición y picaresca, y extraer oro cinematográfico hasta bajo el más devastado de los panoramas.

1 comentario:

  1. Magnífico homenaje a Carlos Larrañaga en una de sus mejores interpretaciones cinematográficas.
    Soberbia entrada para una inigualable película, como tantas otras casi olvidada.
    Un abrazo

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