miércoles, 15 de agosto de 2012

Momento Mildred Pierce


Para que la espera sea más llevadera, abro el libro y comienzo a leer. 
Definitivamente, "Miss Lonelyhearts", de Nathanael West, no es la lectura apropiada para una mañana de sábado en comisaría. De hecho, es una novela bastante agobiante y visceral, llena de sangre y tristeza. 
Pienso que debería haberme traído uno de esos best-sellers de moda; esos que se anuncian como si hubieran descubierto el erotismo sadomasoquista y todo el mundo se los compra, incluso sabiendo que son aburridos, además de basurescos. 
Si tuviera algo así en esta mañana de comisaría, tendría algo tangible con lo que enfadarme y despotricar. Sería un gran aliviador de tensiones.

No compres esta basura

En las paredes de la sala de espera, quedan vestigios de servicios que ya no funcionan: pantallas de números de turno, cabinas de denuncia rápida, carteles con promesas de eficencia,...
- Todo se lo llevaron los recortes - me dijo un policía a la puerta.
Sólo había una persona antes que yo en la sala, pero llevo una hora esperando. 
¿Qué le estará contando? ¿Su vida, como hacía Joan Crawford en "Mildred Pierce"?
Esa película es la monda. Una mujer es sospechosa de un asesinato y, en la oficina de un detective privado, narra toda su existencia y cada uno de sus secretos, con pelos y señales, flashbacks mediante.
En los años setenta, Carol Burnett hizo una parodia genial de "Mildred Pierce" en su programa de humor. 
A la pregunta: "¿Dónde estaba usted anoche?", Mildred tiende a responder: "Yo nací en un pueblo, en el año...".

En nombre del melodrama noir

Contarlo todo a un policía es más que una confesión. 
Nadie te va a perdonar por ser sincero y, además, el peso de la ley caerá sobre tus pecados, pero esa autoinmolación se dice necesaria. Porque nadie puede vivir con delitos y tristezas si le queda algo de conciencia. 
Por eso, los mejores criminales tienen su "momento Mildred Pierce". Tal vez lo tenga también ahora la persona que estaba antes que yo.
En la sala donde espero, entra una señora de la limpieza, arrastrando su carro de faena, y me da los buenos días. No sé si su mirada intenta averiguar porqué estoy allí o sólo se trata de mi paranoia en contraataque.
Vuelvo a abrir "Miss Lonelyhearts" y lo cierro enseguida. Ahora leo los carteles de las paredes.
Anuncian refugios para mujeres maltratadas. ¿Los cerrarán por los recortes?, me pregunto.
También hay un cartel donde se dice que la esclavitud sexual es un delito intolerable. "Si es usted víctima de cualquier tipo de trata, denúncielo. Ningún ser humano es un objeto al servicio de otros". 
Me imagino esas pavorosas situaciones que se escenifican en las series norteamericanas. Y me pregunto si alguien estuvo en esta misma silla, sentado un sábado por la mañana, esperando para denunciar un horror semejante.


Entra una mujer policía y me dedica un saludo militar. 
Tengo que contenerme la risa. No queda duda de que la realidad es más absurda que "Mildred Pierce".

¡Descansen!

Sentado a su mesa, en cambio, la situación se desarrolla de manera poco melodramática. 
Se limita a repasar mi inofensiva denuncia. Todo sobre una cartera perdida, que contenía el DNI, la tarjeta del banco y cinco euros. 
Como no puedo ofrecer nada para documentar quién soy, la denuncia escribe que yo no soy yo, sino que yo digo ser yo. Sin la identidad burocrática, somos sombras.
La mujer policía, una chica joven, guapa y no demasiado brillante, me cuenta lo que debo saber sobre esas situaciones de indocumentación.
¿Querrá algo más? ¿Incidir? ¿Preguntar si tengo alguna opinión sobre el paradero de mi cartera? ¿Inquirir si guardaba algo más dentro? 
- Cuéntalo todo - espero que me diga -, "este es tu momento Mildred Pierce".

When I ask you a question, you answer it! Understand?

No, la mujer policía no es Lilly Rush, sólo una funcionaria de uniforme, buen aspecto y modales protocolarios bien aprendidos. Ella termina, yo no. 
Cierro los ojos, la miro en un sueño y le digo:
- ¿Sabe qué? Sé perfectamente quién se llevó mi cartera. Lo sé, pero no lo puedo demostrar. Estoy convencido, pero no lo puedo creer... Es una de esas situaciones donde dices: "Esto no me puede pasar a mí...." Uno se imagina demasiado las cosas y éstas se ponen lo suficientemente creativas para pillarte completamente desprevenido...
>> No sabe usted, querida agente, lo horrible que fue el viernes cuando me di cuenta de que no podía encontrar la cartera. Porque tenía resaca. Y no cualquier resaca, sino la número doscientos mil.


>> Mis resacas son cada vez peores. Caigo en una depresión pura y devastadora, de la que tengo que recuperarme con todas mis armas durante la semana. Hasta que al jueves siguiente, vuelvo a salir y caigo otra vez. Sé que llegará un momento en que me quedaré en el fondo, para no tener que caer, para no volverme loco.
>> Porque las resacas me vuelven loco. Es mirar a tu alrededor y no ver nada, es estar desesperadamente vacío, arrepentido, roto. Y tan solo. Si la noche anterior, no me acosté con ninguno, soledad. Si lo hice, más soledad.... 
>> ¿Sabe con cuántos hombres me he acostado? Dejé de contar hace años. Pero los que sí he contado son los que me han resultado realmente interesantes: Cero. No recuerdo ninguno que haya despertado en mí ninguna sensación de desafío, de reto, de querer saber más. 
>> Hasta los que me han gustado, con los que he pasado más tiempo; con ellos, algo me decía que no iba a durar. 
>> ¿Exigencia? Sé bien que la rareza propia no se quita con la conformidad. Sólo tendría que encontrar otro raro como yo. ¿Cuántas noches me costará? ¿Cuántas resacas? 
>> Pasan los años y, en vez de acercarme, me alejo más. Me veo más espectador de los otros, de los posibles pretendientes de mi corazón, de los seguros durmientes de mi cama. Los beso, les cuento cosas, oigo lo que me dicen, follamos. Y, en todo momento, estoy a kilómetros de distancia.


 >> Siempre digo que no voy a salir en una temporada. Pero llega el fin de semana y me mando a la mierda a mí mismo. Me sirvo unos generosos gin-tonics en casa y, a las tantas de la madrugada, llamo a Said y vuelvo a la calle. Es una inercia. Y lo peor no es su inevitabilidad, sino que la disfruto. Me gusta estar borracho, sonreír como un tonto y despertar interés en tíos que no me quitarán el sueño. Revalidarme en mi soledad a través de una experiencia teatral. Ser mi propio esclavo sexual, sufrir los latigazos y disfrutarlos.
>> Quizá no lo hago por castigarme, ni por juzgarme. Sino por costumbre. Porque asumo que es el modo de hacer las cosas.


>> El jueves por la noche, la cartera desapareció. Sé muy bien que la tenía cuando llegué a casa. La tiré al aire, se la llevó Dios o la robó el caballero de turno. Lo curioso es que, por una vez, a éste lo conocía bien, había cierta confianza. Qué tiempos tan raros.
>> El robo no significa nada. En realidad, es una insignificancia. Pero es una guinda que ha desbaratado un pastel demasiado picante... Es bajarse mareado de una atracción de feria y correr a vomitar entre los arbustos. Es una llamada de advertencia a mis debilidades. ¿Es lo que necesito para cambiar? Me gustaría saber hacia dónde debo caminar ahora.
>> No escriba nada de lo que le he dicho, señorita agente. Mañana o pasado mañana se pasará. Me parecerá ridículo todo este drama, toda esta imitación a la vida que le he narrado.
>> Estaré bien, escribiré muchas cosas en el Facebook, tendré el DNI y contaré todo esto en el blog. La contaré a usted y su entrañable saludo marcial, si me lo permite.
>> La única certeza que tengo hoy es que podré contarlo todo mañana. Como Mildred Pierce.


Abrí los ojos. La mujer policía me tendió la denuncia. La firmé y volví a casa.

4 comentarios:

  1. Consigues mezclar tantas cosas en este texto que se cierra en si mismo. O se comenta concepto por concepto o no se comenta. Bellísima entrada.

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  2. Definitivamente, leer tu blog siempre me alegra el día :)

    ¡Saludos!

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