viernes, 3 de agosto de 2012

"La Sombra de Una Duda"


De todas sus películas, Alfred Hitchcock siempre señaló "La Sombra de Una Duda" como su favorita; aquella historia de la joven Charlie y su tío Charlie, estrenada en 1943 y considerada una obra maestra, dentro de una filmografía trufada de ellas.


Como película ejemplar de Hitchcock, se establecen dos niveles de placer cinematográfico. 
Por un lado, el puro entretenimiento, servido a través de un thriller de tensión acumulada, cuyas respuestas emocionales se dan cita en un clímax impecable. 
Y, por otro, en directa relación con ese virtuosismo del suspense, aparece la clásica sofisticación hitchcockiana del material tratado. 
El ojo del genio se impone desde el primer momento, poniendo en guardia al espectador, mientras el discurso narrativo y estético se llena de significaciones, símbolos, metáforas, dentro de una complejidad psicológica apabullante.


Los dos protagonistas - la joven Charlotte y su misterioso tío Charles - son presentados de la misma manera. Tendidos en sus camas, en la penumbra de sus respectivos dormitorios. Pero sus problemas son radicalmente distintos.
Él yace en un motel, buscado por la policía, con un fajo de billetes manoseados en la mesilla. Ella, preocupada porque su idílica familia está cayendo en la rutina.
Los dos escenarios, los dos mundos. Los dos Charlies se encuentran, en pleno calor familiar. 
El tío Charlie llega a la plácida casa de sus familiares en la localidad de Santa Rosa. Nosotros ya sabemos que el caballero no es trigo limpio, bajo esa técnica hitchcockiana de que, cuanto más sepa el espectador y menos los personajes, más sufrirá aquel.

Teresa Wright y Joseph Cotten

La familia de la casa de Santa Rosa es la fachada del bienestar: un río lento y apacible, donde no hay problemas, todo son sonrisas y los crímenes sólo se viven en novelas baratas. 
La elección de Teresa Wright para interpretar a la joven Charlie es intencionada; la Wright era una actriz que representaba la chica buena de los años cuarenta, esa paciente sweetheart en tiempos conflictivos.
El tío Charlie supone la entrada de lo inesperado. 
Un modo de romper ese equilibrio, a través de la imprevisión. El tío Charlie es también el símbolo del hombre cambiado, gran temor de la era de la Segunda Guerra Mundial. Aquel que vuelve vestido de gloria, pero podrido por dentro.

Una familia agradable y crédula

La guerra no se nombra en "La Sombra de Una Duda" y, de hecho, la película parece ambientada en tiempo de paz. 
Pero el conflicto bélico está en el alma de la película; esa irrupción del Mal y el Caos en la vida cotidiana norteamericana.
"La Sombra de Una Duda"  no opta por el clásico personaje hitchcockiano: el inocente injustamente perseguido como culpable. 
En este caso, el tío Charlie es el culpable inadvertido; un papanatas que trae regalos caros, resulta encantador a todo el mundo y nadie se atreve a pensar nada malo al respecto de dónde ha estado y qué ha hecho por el mundo.

Un anillo sospechoso

Además, como rareza dentro del cine de Hitchcock, en particular, y de las tendencias narrativas de los años cuarenta, en general, no se da ninguna explicación freudiana a la actitud criminal del personaje. Queda en una sombra  - de duda -, aún más estimulante.
La ambigüedad de un soberbio Joseph Cotten es el remate perfecto a esa turbiedad.

"He venido a traerte pesadillas..."

Hitchcock, fascinado nuevamente por el Mal, aspira a aprehenderlo, dentro de su habitual plato de morbo y sutilezas.
La luz y la oscuridad: los dos Charlies se encuentran y llegan a establecer una insana complicidad, al calor de sus secretos.


La dualidad de los protagonistas, tema central de "La Sombra de Una Duda", hace pensar que, en realidad, ambos representan una misma conciencia.
Una misma personalidad humana, aquella donde coexisten la bondad y la maldad, donde la virtud no puede asumir lo que ha hecho la vileza y lo negará hasta el último momento. 
Dos Charlies, que son un mismo yo, disociado.



Pese al final más o menos feliz, la brutal secuencia del tren nos recuerda una verdad escalofriante: el Mal siempre se anticipa y, entonces, sólo queda confiarse a la suerte.

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