martes, 7 de agosto de 2012

Cumbres de Laurence Harvey


Muchas veces se cambió el nombre.
En Lituania, nació como Zvi Mosheh Skikne. Cuando vivía en Sudáfrica siendo niño, preferían conocerlo como Harry Skikne. 
Al calor de las bambalinas de sus primeros teatros, dijo que era Larry. Y, para elegir un nombre artístico, finalmente se decidió por Laurence Harvey.
Trasladado a Gran Bretaña para perseguir su aventura interpretativa, los principios no fueron fáciles para Laurence y, durante años, las palabras "soso" y "rígido" se repetían en las bocas de los críticos y comentaristas. 
Muchos no tenían ninguna reserva en calificarlo como un actor horrible, una nulidad en la escena, cuya apostura no hacía sino incrementar su frialdad.


Pero no conocían la ambición de Laurence. Empeñado en seguir por el camino de las luces, sorteando fracasos y meridianos éxitos, llegaría su gran momento en 1959.
La película se llamaba "Un Lugar En La Cumbre", título que abría aguas para un nuevo cine inglés de fresca apariencia y madura temática. 
Laurence Harvey interpretaba a un arribista que, en su camino hacia la alta sociedad, se topa inesperadamente con el amor, en los brazos de una mujer casada.

Con Simone Signoret en "Un Lugar En La Cumbre"

La contradicción de un ser que encuentra un sentimiento verdadero y será infeliz al despreciarlo compone el entretejido moral de esta bellísima película de Jack Clayton.
La interpretación de Harvey se sintió convincente; aquella tan cuestionada personalidad escénica servía, en esta ocasión, como un guante para el frío y distanciado carácter del personaje protagonista.


"Un Lugar en la Cumbre" llevó a Laurence Harvey donde quería estar.
A Hollywood, donde lo nominaron al Oscar, y también a las puertas de la jet-set internacional, mientras su nombre comenzaba a repetirse y desearse.
Se le conocía como un bon vivant; Harvey gastaba mucho dinero, vivía al día y no se perdía ninguna fiesta.
Pese a su variopinta procedencia, Laurence era el prototípico caballerete inglés de los sesenta, que navegaba entre impecables fracs y ardientes pijamas, entre bienvenidos matrimonios y veniales pecados, entre turbulentas madrugadas y resacosas horas del té.


Sus siguientes apariciones cinematográficas le hicieron granjearse cierto estatus de estrella fina de los sesenta, aunque nunca motivó demasiado entusiasmo entre el público, que lo veía bello pero poco apasionante.

Con Elizabeth Taylor en "BUtterfield 8"

Entre las mejores y más conocidas de sus películas, se alinean títulos como "BUtterfield 8",  "El Mensajero del Miedo", "Verano y Humo" o "Darling". Su rostro quedaba asociado con dramas de toda enjundia.
Sin embargo, a mediados de la década, comenzaría un rápido declive para la carrera de Laurence Harvey, debido a la irregularidad de los proyectos y la abundancia de películas poco afortunadas.

Con Capucine en "Walk On The Wild Side"

Al respecto de la vida privada de Laurence Harvey, se conjugaría siempre con agitación. Todos sus matrimonios y noviazgos hacían levantar cejas y promovían el chisme.
Su primera esposa fue la actriz británica Margaret Leighton, mayor que él y muy bien posicionada en el artisteo inglés, lo que se vio como un golpe de oportunidad.
Laurence también encontró tiempo para un noviazgo con la aún más señora Hermione Baddeley, con la que coincidió en "Un Lugar en la Cumbre".
Años después, Hermione lo recordaría divertido y emocionante, pero también como un ser agotador y consumido por las ansias de tenerlo todo cuanto antes.


En ese sentido, no hubo mejor ejemplo que su segundo matrimonio. Cuando llegó a Hollywood, Laurence pareció atarse al terreno cuando se casaba con Joan Perry, la viuda de Jerry Cohn, el dueño de la Columbia. 
Los cuchicheos de los mentideros de Tinseltown se hacían alaridos ante tan ventajoso desposorio para Harvey. Además de rica, Joan era diecisiete años mayor que él.
Finalmente, Laurence se maridaría por tercera y última vez con Paulene Stone, una modelo que le había dado su única hija, Domino, mientras él todavía estaba casado con la viuda Cohn.


A pesar de ser tal encanto para las damas, no es ningún secreto ni lo fue nunca que Laurence Harvey era bisexual. Llevaba una doble vida al pairo de las circunstancias de la época, pero tampoco parecía disimularlo demasiado.
De hecho, Frank Sinatra, con quien mantuvo una curiosa amistad, lo llamaba cariñosamente "Ladyboy", sobre todo cuando Harvey intentaba ligarse a su mayordomo.

Con Sinatra en "El Mensajero del Miedo"

La chismología llega a señalar que la verdadera y duradera relación amorosa de Laurence Harvey la mantuvo con su representante, el productor James Woolf, quien había vigilado sus pasos desde sus comienzos en los escenarios.

De sarao, con Rock Hudson y Liz Taylor

El descalabro de su carrera artística pareció la prueba de que la suerte de Laurence no era eterna. Años después, se le acabaría del todo.
Sus excesos - fumaba muchísimo y pimplaba alcohol como nadie - le cobraban trágica factura.
En 1973, Harvey moría a los cuarenta y cinco años, tras padecer un fulminante cáncer de estómago.


Acerca de la figura de Laurence Harvey, historiadores y opinadores suelen señalar la victoria de un oportunista, que suplió su escaso talento con mucha cara y buenas relaciones.
Hay quien lo califica directamente como un buscavidas, que enamoraba a viejas y se disfrazaba de estiloso; aseguran que su papel de advenedizo en "Un Lugar en la Cumbre" fue tan exacto, porque era lo más parecido a su propia vida.
En palabras de David Shipman, "la carrera de Laurence Harvey debería ser una inspiración para sus compañeros actores: ha demostrado que es posible tener éxito sin despertar el mínimo interés o empatía en la audiencia, y mantenerse ahí, a pesar de la antipatía unánime de la crítica. Su carrera de veinte años, llena de fracasos comerciales, es toda una curiosidad dentro de la Historia del Cine". 

Con Angela Lansbury en "El Mensajero del Miedo"

Sin embargo, echando un vistazo a sus mejores películas, Laurence no parece tanto aquel actor por el que los críticos se llevaban las manos a la cabeza o la átona estrella por la que nadie sentía nada de particular.
El Laurence que yo he conocido es un actor de una belleza sobrecogedora, con unos ojos brillantes y, sobre todo, una voz maravillosa; sin duda, de las mejores oídas jamás en el cine. 


En mi opinión, su estatus de seductor en la vida real se transfirió intacto a sus más interesantes intervenciones.
Quizá suceda lo de siempre: alguien da una opinión sobre el escaso talento de cierto actor, y todos la repiten como loros durante años, sin pararse a ofrecer una valoración personal y sin prejuicios.


Fuera o no grande, mereciera o no la celebridad, una revisión para tan florida personalidad y otra mirada para tan guapísimo de pro se hacen tareas de justicia. 

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