miércoles, 8 de agosto de 2012

Murmullo


Miro a cámara y, a un público imaginario, hoy digo:
- Escribo tanto sobre ironías, porque mi vida está llena de ellas.
Esta mañana, he tratado de concentrarme en una hoja de papel, donde "administraciones públicas" aparece pomposamente escrito como "Administraciones Públicas". Donde se trata al Estado como un armónico benefactor. Donde faltan puntos y sobran obviedades. 
Una hoja donde me pierdo, a cada momento, buscando un motivo para escapar de ella. ¿Qué habrán escrito en el Facebook? ¿Será instante para otro café? ¿O mejor para una paja a la salud de Trystan Bull?


He de estudiar sobre el funcionamiento de algo que funciona mal y, según las noticias que se publican a diario, funcionará peor. 
Un buen día de hace dos años, se me ocurrió la brillante idea. "Josito, olvídate de esperar a que caiga la manzana, estudia oposiciones, consigue estabilidad y no te preocupes: el trabajo público te dejará tiempo para escribir". 
Ahora, como otra ironía, esa brillante idea no será tan brillante. Sólo un matiz de gris dentro del mayor agujero negro.


Como rareza en un panorama de recortes y cancelaciones, mi oposición ha seguido adelante. Al menos, por ahora.
El 11 de octubre, estaré en una sala atestada de gente de todas las edades. Muchos con desesperación, porque será la última oportunidad para ellos. 
Sus caras serán sordas súplicas, dirigidas a mí.
Lo veré en sus expresiones, en sus dedos tamborileando en la mesa, en sus miradas de ansia y tristeza. Ellos necesitan esa plaza en el Ayuntamiento, mucho más que yo. Tienen hijos, son mayores, ya no pueden dar marcha atrás ni acometer un giro titánico para salvar esos barcos que son sus vidas.
Si no aprueban, sus existencias serán una puta basura.
- Dales una oportunidad - me dirá la conciencia - Date una oportunidad.


Me levantaré y me marcharé, sin siquiera mirar las preguntas del test. 
Llegaré a casa y haré las maletas. 
Y, mientras el avión despega, invocaré la esperanza de que, algún día, el país se arregle. Que sea bonito, que no sufra, que viva. Que se mantenga inconsciente, exuberante, absurdo. Como yo.
Pasarán las horas y caeré dormido en el avión, mientras me atreveré a soñar con un campo de tulipanes.
Cuando llegue al aeropuerto de destino, mi equipaje no saldrá en la cinta transportadora. En el momento en que presente la reclamación, no podré predecir que jamás recuperaré las maletas. 


Estaré en otro país. Yo, el inmigrante blanco, la nueva sensación del mundo.
Desembarcaré en pisos compartidos, en cenas rápidas, en trabajos de toda índole. En cocinas, en oficinas, en tiendas, contestando teléfonos, soportando órdenes. 
En idiomas que no conoceré, pero aprenderé más rápido de lo que nunca me pensé capaz.


Antes de dormir, lloraré por volver a España. Otras noches, llegaré tan cansado de trabajar, que llorar será ese lujo que aplazar para el día libre.
Las noticias que lleguen no serán buenas. Y regresar se hará cada vez más imposible.
- El país se cayó al retrete y tiraron de la cadena - me contarán. Muchos dirán que me fui en el momento preciso.
En los pubs gays, los hombres me preguntarán de dónde soy y subirán la ceja con admiración, con conocimiento, con interés, con la necesidad de contar que estuvieron allí de vacaciones, que tienen amigos, que les encanta. 
Y dirán que sí, que, definitivamente, parezco muy español. 


¿Encontraré en alguno de esos hombres lo que nunca he encontrado?
Habrá tiempo, muchísimo tiempo. Hasta para que las noches sean tranquilas y las prioridades, otras. 


Pero nunca parará mi migración. Caminaré por calles, conoceré mucha gente, me quedaré solo. Al final, la misma historia. 
En un alto del camino, estaré en la terraza de una cafetería, frente a un señor importante que leerá atentamente mis escritos. 
En ese momento, miraré a cámara y diré:
- No le gusta. Es lo que pasa cuando eres escritor y cambias de país. En otra lengua, no eres bueno.


¿Dónde acabarán mis días? 
Agarrado a las rejas de una prisión, bebiendo en un parque, viendo la televisión con un grave problema de obesidad, cambiando de postura para no dormirme en el vagón de un metro interminable. 
Agarrado a una escopeta Benelli, con los ojos cerrados y rezando a Dios y todos los santos, mientras el mundo se va al carajo tras un pinturero Apocalipsis nuclear. 
O en el set de una película porno, mirando a cámara, entre jadeos y sufrimiento, para aspirar a decir: 
- En realidad, me gusta mi trabajo.


Vendiendo cocaína, como mi pobre Said, pero con miedo, con vergüenza, con la sensación de que todo se desmoronará en un segundo. 
O simplemente muerto, por cualquier circunstancia.
De nuevo, a cámara:
- Me morí, ¿qué quieres? Es lo que hace la gente.


Si sigo vivo lo suficiente, llegarán esos días. Esos días en que piense, ame, ría, diga cosas bonitas en otro lenguaje, dentro de otra forma de vivir, bajo otro modo de entender el mundo.
Me habré olvidado de mi país, de volver a él, de recuperarlo. Porque su recuerdo será dolor. Y, como todo dolor, un día se acabó.
Tendré novios, cuidaré perros, descubriré películas, haré footing, iré al médico, compraré los últimos aparatos tecnológicos, bostezaré, apagaré la luz. Sin lágrimas.
Desde algún coche, veré pasar las luces de las farolas, las hojas de los árboles, las avenidas, las calles tristes, las ventanas de los edificios, las horas que marca el reloj, las canciones de la radio, las miradas vacías de los que bajan las persianas para dormir. 
Los días, las décadas. En un segundo, sin darme cuenta.
- Where are you from?
- I'm from the world...


Hasta que una noche fabulosa, tomando un cóctel en un local exquisito, con la plenitud lograda, disfrutando de la paz de mi supervivencia, oiré un murmullo. 
Quizá será una canción, una palabra o un sonido. Tal vez, un olor, un color, un matiz que capture cualquiera de mis sentidos. 
Ese murmullo, cualquiera que sea, se hará atronador en mi cabeza.
Y, de repente, artero e imprevisible, volverá el sentimiento que creía perdido.
Miraré a cámara y acertaré a decirlo:
- Una vez, tuve un hogar.

2 comentarios: